LA GUERRA CONTRA LOS ESTUDIOS CLÁSICOS

 

¿Se imagina Vd. que las autoridades de una universidad decidan reemplazar la música de Bach con reggaetón? Y no digo solamente complementar, sino que reemplazar, esto es, eliminar a Bach. Algo así es lo que se han propuesto hacer las autoridades de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación —en Ñuñoa, para variar—, pues han decidido que eliminarán el Centro de Estudios Clásicos «Giuseppina Grammatico» e instalarán, en su lugar, un instituto de lenguas modernas e indígenas. ¿Y todavía hace falta explicar, pues, que los estudios clásicos son el principio y fundamento de toda la Academia? ¿En verdad las autoridades de la UMCE no saben que la civilización que les ha otorgado la dignidad de personas culturizadas fue la misma que creó la filosofía y la ciencia?

Resulta increíble, por cierto, tener que detenerse a explicar por qué los estudios clásicos son relevantes, por qué la civilización grecolatina es la base de la cultura moderna, por qué el latín y el griego son el fundamento de toda la terminología tecnocientífica. ¿Está hablando Vd. en serio, Dra. Araya?

En mi ejercicio docente, he encontrado muchos alumnos ignorantes y poco dispuestos a aprender, pero no había imaginado todavía que encontraría este tipo de gente a la cabeza de las universidades. Supongo, empero, que ha llegado la hora. Y ha llegado, por lo tanto, también el tiempo de combatirla con la mayor fuerza, por cuanto no podemos permitir que este tipo de personas tomen decisiones sobre la base de su conciencia, sino que deben ser enrieladas hacia lo correcto. No es extraño, en cualquier caso, que las personas necesiten encauzamientos, por cuanto tenemos una naturaleza caída; pero uno se espera que las personas adultas tengan mayor autonomía al respecto.

Uno de los males de nuestro tiempo es precisamente este: nadie corrige lo malo. Y, así, dejan que las mayores extravagancias y cabezas de pescado pasen como, no digamos normales, pero sí tolerables: que la gente escupa en la calle, que alguno escuche música con volumen elevado en el trasporte público, que se abran programas sobre estudios de género, que decapiten personas en la vía pública, que cometían sacrificios rituales («abortos») al amparo de ley, que peguen autoadhesivos en los postes y rayen los muros, que las motocicletas transiten por las veredas, que los conductores se droguen mientras están manejando y que ignoren los semáforos en rojo, que los terroristas usurpen sin que nadie los moleste, que quienes ejercen legítima defensa sean procesados, que los antifa sean protegidos por los «observadores de DDHH» (al tiempo que estos organizan la agresión contra los opositores al progresismo) mientras intentan quemar vivas a otras personas, que los niños miren pantallas, etc., etc. Hay que entender, por cierto, que el bien no es espontáneo ni se mantiene sin una vigilancia constante: el mundo no funciona así. Hace falta, de hecho, corregir a cada instante el propio comportamiento —sobre todo el propio— y también el de quienes actúan ostensiblemente mal.

Pero este vicio de no corregir lo errado y de tolerar lo malo nos ha conducido a la debacle civilizacional que tenemos ahora, de la cual la eliminación del Centro de Estudios Clásicos es otro síntoma. Ciertamente, el vicio no será extirpado de un día para otro, pero hay que empezar con algo: un primer paso significativo sería evitar que las autoridades de la UMCE, esmeradas en hacer cumplir las máximas del mundo en lugar de las verdades eternas, clausuren el Centro de Estudios Clásicos. Y no solo esto: lo ideal sería que permitan las matrículas en los programas del Centro. En efecto, esta guerra con el Centro no ha empezado ahora, sino que se ha sucedido durante años. Al Centro ya no pueden ingresar alumnos en los programas de licenciatura o de magíster, porque las autoridades de la UMCE no lo autorizan a causa de la baja cantidad de interesados. Al mismo tiempo, afirman que se oponen al lucro en la educación y proclaman que están comprometidas con la educación pública. ¿Quizá también estiman que el Centro de Estudios Clásicos no tiene cabida en una universidad «pedagógica»? Pero este criterio tambalearía cuando cobren con gusto el arancel de los alumnos de kinesiología.

El problema se refleja en tantas dimensiones que queda claro con solo mirar el frontis del campus central, donde flamean a tope las banderas del terrorista «Consejo de Todas las Tierras», de la universidad, la huipala y la bandera del progresismo globalista: el mástil de al medio, que debería tener la bandera de Chile, está vacío. ¿Pero qué significa esto? Significa que hay un rechazo de la tradición y una entrega a lo novedoso, a lo último—que no mejor. Significa la renuncia a corregir el mal y la decisión de tolerar el error para evitar problemas. Significa la rendición ante lo infantil e infundado y la demolición de lo maduro y sólido.

Ya sabemos que este mal trasciende el espacio de la UMCE, pero por algo hay que empezar. No será injusto denunciar a las autoridades de esta universidad en lugar de otras instituciones que están haciendo barbaridades similares: más bien, servirá como una advertencia para todas las que han decidido descarriarse. Y por supuesto que no basta con no cerrar el Centro de Estudios Clásicos: hace falta que la matrícula de sus programas vuelva a abrirse sin condiciones. ¡Sin condiciones! Porque las bases de la cultura no son negociables.

El admirable filólogo prusiano Justus Lobeck barrió el piso con Benjamín Vicuña Mackenna cuando este propuso eliminar la enseñanza de las lenguas clásicas en 1865. Ciertamente, el impulso anticivilizacional no se ha extinguido, pero no podemos permitir que se extinga la fuerza opuesta, que es la que garantiza la permanencia de lo bueno. Debemos honrar el legado del Dr. Lobeck y también sus palabras, que resultan proféticas con respecto a nuestra lucha actual a la vez que sirven de inspiración para hacer lo que es debido (más que lo meramente posible):

Chile está llamado a ser en América lo que la Alemania en Europa: un baluarte insuperable contra las extravagancias de todo jénero que han puesto en ridículo las ideas más brillantes; terrenos fácil de cultivo para toda idea noble i jenerosa.

Es posible que no haya mucho interés sobre los estudios clásicos hoy en día, pero esto no los hace menos valiosos. Si vamos a definir el valor académico de la misma manera que el valor bursátil, deberíamos cerrar los colegios. ¿O nos vamos a contentar con lo que «todos» dicen que resulta más importante? Tengamos un poco de amor propio, de dignidad, y seamos capaces de decir que hay verdades eternas a la vez que hay modas pasajeras, tal como la Dra. Giuseppina Grammatico escribió alguna vez: «hay saberes que sirven para la subsistencia y saberes que sirven para la existencia». ¿Acaso tenemos que eliminar estos para dedicarnos solamente a aquellos? El impulso pragmatista está poniendo en peligro la civilización completa, pero quienes están en las posiciones de importancia no parecen darse cuenta y colaboran entusiastas con la demolición. Y tenemos que detenerlos, por supuesto: porque es objetivamente malo tolerar el error.

Ave María Purísima

 
 
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