OLIVER ANTHONY, EL VÍCTOR JARA NORTEAMERICANO

 

Oliver Anthony, un cantante norteamericano completamente desconocido hasta hace pocos días, saltó a la fama con el tema “Rich Men North of Richmond” que se traduce como “hombres ricos al norte de Richmond”. Richmond es la capital del estado de Virginia y durante la Guerra Civil Norteamericana fue la capital de la Confederación del Sur. Inmediatamente el autor e intérprete fue calificado como racista y de extrema derecha por los demócratas, mientras que los republicanos quisieron hacer de la canción un himno.

El tema en cuestión es un lamento de la clase obrera que, de no estar en inglés, sería digno de Víctor Jara:

“Vivir en el nuevo mundo

Con un alma vieja

Estos hombres ricos al norte de Richmond

El Señor sabe que todos

Solo quieren tener el control total

Quieren saber lo que piensas

Quieren saber lo que haces

Y ellos creen que no lo sabes

Pero yo sé que sí

Porque tu dólar no vale mierda

Y le ponen impuestos sin fin

Por [culpa de] los hombres ricos al norte de Richmond”

El cantautor reaccionó contra los demócratas, pero también contra los republicanos, a quienes acusó de estar coludidos para la explotación de la clase obrera.

La primera pregunta que vale la pena hacerse es, ¿qué pudo llevar a los demócratas a calificar esta canción como de extrema derecha? Salvo por el idioma, es imposible no recordar Te recuerdo, Amanda al oírla.

Sucede que las llamadas izquierdas del mundo han renunciado a la defensa de la clase trabajadora. Ya después de la Segunda Guerra Mundial, la Escuela de Fráncfort, radicada en los Estados Unidos, observó que el capitalismo tardío de aquellos años garantizaba un excelente nivel de vida a la clase obrera norteamericana. Por esta razón, decidieron que era necesario un cambio de sujeto revolucionario, esto significa cambiar al obrero como actor principal de la revolución por el intelectual. Este intelectual aún no existía, por tanto, se dedicaron a formarlo entre la juventud de la época. La nueva estrategia consistía en agudizar y, de ser necesario, crear nuevas contradicciones al interior de la sociedad, primero norteamericana, y luego la de todo occidente. Esto llevó a los movimientos contraculturales norteamericanos hasta llegar al mayo francés en 1968. Chile tampoco estuvo ajeno a estos procesos. En 1967 los estudiantes se tomaron la Universidad Católica, lo que precipitó la renuncia del rector, monseñor Alfredo Silva Santiago. La Escuela de Fráncfort todavía tenía como fin un cambio revolucionario marxista y esperaba lograr la utopía. Se trataba simplemente de un cambio de estrategia para lograr el mismo fin.

Hoy en día, la agudización de las contradicciones propuesta por esta escuela todavía es usada por las izquierdas de occidente, sin embargo, con fines bien distintos. Los movimientos feministas, juveniles, LGBT, de raza o étnicos son llevados a sus versiones más agresivas o violentas para mantener a occidente, incluyendo a Chile, en un estado de permanente ebullición. Mientras en los Estados Unidos se revitaliza el racismo, aquí se reviven viejas pugnas con los pueblos originarios. Las penas contra los delincuentes se rebajan o se omiten. Las fiscalías o no hacen su trabajo o no quieren hacerlo y los facinerosos vuelven a la calle. Mientras, el ciudadano común vive una vida cada vez más difícil. La delincuencia hace estragos no solo en Chile, la situación de California y Nueva York es peor que la de nuestro país en ese sentido. Las mujeres se quejan del supuesto dominio patriarcal, sin embargo, la gran mayoría de los hombres están tan oprimidos como ellas o como lo estaba Oliver Anthony antes de su dramático éxito.

Mientras la Escuela de Fráncfort buscaba agudizar estas contradicciones con fines revolucionarios, la izquierda contemporánea lo hace con el fin opuesto: mantener el statu quo. EL financiamiento de las modernas izquierdas proviene de los hombres más ricos del mundo, quienes además establecen su agenda. Nos referimos al Foro Económico Mundial, a la Open Society Fundation y a BlackRock, entre otras instituciones y personas. La agenda DIE, por ejemplo, quiere imponer la diversidad, la inclusión y la ecuanimidad en las empresas, las universidades y los servicios públicos. En vez de contratar a los mejores trabajadores o reclutar a los mejores estudiantes, el criterio DIE obliga a establecer cuotas de mujeres, minorías étnicas y diversidad sexual. Esto además de tener resultados desastrosos tanto para las empresas y universidades como para la burocracia, genera tensiones sociales: personas preparadas, en especial hombres considerados blancos, quedan fuera por cumplir las cuotas DIE, lo que genera grandes cantidades de frustración, no solo entre ellos, sino además en sus familias y parejas.

La antigua lucha de clases tenía, al menos en teoría, una síntesis posible: una sociedad sin clases. Las contradicciones que las izquierdas exacerban hoy no lo permiten, por lo que pueden, al menos según quienes las agudizan, eternizarse. No existe un ser andrógino que supere al hombre y a la mujer. Nadie elije ni su raza, ni su sexo, ni su origen étnico, ni su orientación sexual. Las contradicciones que hoy en día fomentan las izquierdas se basan en características inmutables, por lo que no tienen solución. La izquierda sirve a sus financistas, quienes la usan para mantener a occidente dividido mientras ellos se apropian de todo. En el modelo propuesto por el Foro Económico Mundial y sus asociados, la gente común no debe ser dueña de nada, sino arrendarlo todo. En Los Estados Unidos, grandes fondos de inversión están comprando todas las viviendas posibles para ponerlas en arriendo; en Chile ya hay proyectos inmobiliarios que no son para la venta, sino para renta. Bill Gates es en este momento el terrateniente más importante de los Estados Unidos. Los billonarios se apropian de todo, mientras nosotros, los plebeyos, estamos ocupados en pelear por problemas sin solución.

Cada vez hay más gente como Oliver Anthony, no en talento, lamentablemente, pero sí con la misma consciencia, afortunadamente. Este hombre blanco de barba roja del sur, propietario, luego de mucho esfuerzo, de una modesta granja se ha atrevido a denunciar la desnudez del rey. No contento con ello, se confiesa cristiano. Necesariamente tenía que ser calificado por esta nueva izquierda como alguien de derecha, de extrema derecha y racista. Sucede, sin embargo, que blancos y negros, hombres y mujeres escuchan su canción y se ven reflejados en ella. Ven como una alianza entre el Estado y los poderosos quiere despojarlos de todo y, junto con él, verdaderamente despiertan.

Oliver Anthony es un Víctor Jara norteamericano y no puede uno dejar de preguntarse si es que el chileno no sería considerado también de extrema derecha en estos días.

 
 

Arturo Ruiz Ortega es licenciado y magíster en Filosofía de la Universidad de Chile y MFA en Escritura Creativa de American University. Destacan entre sus publicaciones literarias la rutina Allende Ghost de “Palta” Meléndez 2007, la novela Los Pájaros Negros de 2010 y el poemario Quejumbres y Resentimientos de 2013. Actualmente se desempeña como jefe del consejo editorial de Ediciones Z&E.

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