ENTRE MALDICIONES Y DESAFÍOS: UN ANÁLISIS CRÍTICO DEL PROCESO CONSTITUCIONAL

 

¿Quién ha salido perdiendo? Nadie está dispuesto a saborear la amargura de la derrota. A primera vista, este último proceso constitucional parece haber encendido la chispa desde la izquierda, desencadenando una explosión que impactó directamente a sus opositores republicanos. Un análisis superficial, respaldado por un breve vistazo a la historia reciente, revela que las últimas elecciones representan una derrota para toda la clase política: desde el Partido Comunista y el Frente Amplio, pasando por el centro político, Chile Vamos y los republicanos. No podemos pasar por alto que el proceso, con su comité de expertos, la cantidad de consejeros, y los detalles como los doce bordes, fue un fracaso, ya que la actual constitución prevaleció.

Desde hace muchos años, una parte de la clase política anhela cambiar la actual carta magna. Si revisamos los archivos actuales, en 1999 el Partido Comunista elogiaba al expresidente Chávez por su asamblea constituyente en Venezuela, cuyos resultados todos conocemos. Lo mismo ocurrió en 2006 con la asamblea constituyente en Bolivia. Este deseo de cambio también se reflejó en el Frente Amplio, que, aunque no existía en ese entonces, observaba con asombro a sus actuales líderes, quienes en privado expresaban su fascinación por las brisas bolivarianas que soplaban por América Latina, como les gusta llamar a Hispanoamérica.

Para ellos, la actual constitución estaba maldita por haber nacido en el régimen de Pinochet, lo que, según su perspectiva, condenaba a nuestro país a la pobreza y la desigualdad. Después de incendiar y destruir parte de nuestro país, el presidente Piñera –en un acto cobarde– cedió a la presión, aceptando la narrativa que se repetía desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, el reciente plebiscito demostró que para comunistas y frenteamplistas la constitución nunca estuvo maldita; simplemente querían imponer una constitución estatista, plurinacional, racista, indigenista, que consagraba la desigualdad ante la ley y que abría las puertas de nuestro país a todo tipo de organismos internacionales, como se evidenció en la propuesta constitucional de 2022, rechazada por un 62%. Ahora, aprueban la supuesta constitución maldita del dictador, mintiéndole a todo Chile, ya que la constitución nunca fue el problema.

Por otro lado, la derecha, desde Chile Vamos hasta los republicanos, al carecer de principios doctrinales, sin una agenda propia y siendo reactiva, no dudó en adoptar el discurso de la constitución maldita y celebrar la victoria de los consejeros constitucionales. Aunque la gente los eligió para cerrar el proceso, redactaron una constitución con ideas ajenas a lo que la derecha sociológica esperaría de ellos: un Estado social, paridad, aumento progresivo del gasto público, más instituciones, más burocracia, más funcionarios, más impuestos, derechos colectivos e individuales para los pueblos indígenas, abriendo de par en par las puertas a organismos internacionales, enterrando la jurisprudencia y todos los precedentes jurídicos desde 1980 hasta ahora, otorgando gran poder a los jueces para interpretar todas las ambigüedades, creando más incertidumbre y adoptando ideas de países tercermundistas, como la creencia de que cambiar la constitución mejorará las cosas de la noche a la mañana.

Sin lugar a dudas, este proceso ha sepultado la escasa credibilidad que tenía la actual clase política. Aunque nos hemos librado de una nueva constitución, la batalla por la libertad continúa. Tenemos una clase política que no encuentra la manera de quitarnos la poca libertad que nos queda y otra que no sabe cómo defenderla, ya sea por ignorancia o estupidez. No sé cuál es peor.

 

 
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