EL TALANTE ANTISOCIAL DE LA IZQUIERDA

 

Siempre se ha dispuesto por sus defensores que la izquierda, en contraste con la derecha, tiene un talante social. Esto quiere decir, ni más ni menos, que al contrario que la derecha, la izquierda sí se preocupa por los otros. No en dichos términos, aunque de alguna manera similar, Scruton refiere a esa misma idea[1]: el socialismo tendría una verdad irremisible, la de que todos los ciudadanos, por su pertenencia social, deberían poder ser partícipes de los beneficios de vivir “en sociedad”, especialmente, aquellos que no pueden proveerse de ellos por sí mismos. Esta preocupación, correcta por lo demás para el filósofo inglés, es la que denota el carácter social de la izquierda y que, según algunos entendidos, la derecha, por defender un proyecto político individualista, apegado al capitalismo, no poseería.

Sin embargo, quisiera ilustrar que dicha preocupación no es ni debiese considerarse exclusivamente un elemento propio de la izquierda. Especialmente, porque este sector político no entiende, siquiera, lo que significa una sociedad o cómo se debe vivir en ella. Muchos de sus objetivos y políticas indican no solo esa ignorancia mencionada, sino que van en directo detrimento de lo social. Por esto mismo, pretendo, en este breve ensayo, explicar qué es una sociedad, su origen o germen, así como ciertas características del ideario general de izquierda, que no se condicen con las características propias de una sociedad lo que redundaría, en definitiva, en la inexistencia de la supuesta preocupación social que tanto se le endilga a este sector.

Por de pronto, la pregunta principal cae por su propio peso: ¿Qué es una sociedad? Nuestro punto de partida no puede ser, sino, el individuo, pues, tal como también nos vuelve a decir Roger Scruton, existe algo así como una sociedad, pero ella, quiéralo o no la izquierda, está compuesta de individuos. Y este ser individual, tal como describiría Heidegger, está arrojado al mundo. La descripción es brutal, pero verdadera: el Dasein, “el que está siendo”, aquí y ahora, como diría Ortega y Gasset, se encuentra inmerso en un mundo, en una circunstancia con la cual se las ha de ver[2]. El hombre, más o menos, de manera ingenua, se enfrenta a la realidad, un horizonte que, en principio, desconoce en su totalidad. En la medida que avanza pues, quiera o no, como dice el filósofo español ya mencionado, “algo ha de hacer” y, mientras lo hace, se va encontrando con la otredad en sus distintas manifestaciones. Objetos, otros seres existentes, el mismo Dios, todo debe de “aparecer”, como describe Ortega, en nuestra vida, en aquel marchar simbólico que otorga sentido a todo[3]. La vida, nuestra vida, es la realidad radical. Es así como en este caminar por el sendero de lo existente, de esa otredad que, en un hallazgo primigenio, no identifico conmigo mismo, sino como lo “externo”, lo que no soy Yo, aparecen diversidad de entidades, dentro de las cuales se hacen ver “los otros”. Hay elementos que ante el horizonte aparecen como entregados a mi voluntad. Son aquellos que Ortega identifica como pragmatas u Heidegger con “ser a la mano”[4]. Como bien explica Sartre al tratar la intencionalidad como idea fundamental de Husserl[5], al ingresar a lo que podemos llamar, muy erráticamente conciencia, somos lanzados, de súbito, hacia lo foráneo, lo que es ajeno a nosotros mismos, en tanto la volición humana siempre se encuentra seducida hacia lo externo a nosotros mismos. No de otro modo el hombre se acerca a la otredad y, en ese ejercicio, se proyecta hacia el mundo, hacia la circunstancia. Por lo mismo, el ser humano trata, primariamente, con aquello que puede manejar, con lo que se somete a su voluntad. Los objetos, las cosas, asumen el señorío humano, se convierten o tienen su nota principal en “ser al uso” o, al menos, el sujeto así lo pretende[6].

Con todo, habría otros entes que no se someten fácilmente. Nuestra intencionalidad no es capaz de controlar a estos “otros” que aparecen de súbito y rehúyen a mi voluntad. Estos otros que, con su mirada, tal como explica el filósofo francés ya mencionado, me cosifican, se escapan a mi querer, me confrontan y, en definitiva, me definen[7]. Este encuentro, diría Ortega, es precisamente en el que podemos definir o no el surgimiento de “lo social”. Al momento del encuentro y por su rehuir constante a mi querencia, los otros se presentan como “compresentes”. Hasta ahora solo yo “era” en el sentido más propio del término. Solo yo vivía, lo demás solo “existía”. Sin embargo, estos otros en quienes puedo avizorar la misma capacidad de “cosificación” mía, se presentan ya como “algo que vive”. Esto quiere decir, que “existe de la misma manera o cercana a lo que yo hago”. Su mirada revela atisbos de conciencia. No otra cosa, también, permite notar el lenguaje, nacido de manera espontánea ante la necesidad, obvia, de comunicarse con ese otro que me sale al encuentro. Como bien diría Wittgenstein, el lenguaje no puede ser hablado por una sola persona, tiene, por su esencia, tendencia a la comunicación.

La compresencia de los otros en el horizonte de mi mundo, permite la consideración igualitaria del otro, base inequívoca de “lo social”. En la medida que somos capaces de compromiso, reciprocidad y responsabilidad, en tanto libremente considerados de manera mutua, podemos atender objetivos comunes, sociales. Sin embargo, este paso no es automático. El otro bien puede convertirse ya no en un “compañero”, sino en un “adversario” o “enemigo”. Como también diría Ortega, bajo el manto de lo social subyace lo antisocial. El mismo español le reclamaría al liberalismo del siglo XIX su ingenuidad al pretender que la sociedad es algo que funciona como si fuera un “reloj suizo”. Muy por el contrario, la sociedad no puede atender sus intereses si no existiera alguna forma de uniformar, controlar los ímpetus antisociales. Es así como encontramos al “Estado”. Dentro de una sociedad existen los diversos usos y costumbres que reciben tal importancia, que los individuos, reconociendo nuestro instinto antisocial, reconocen necesitan de un castigo o reproche, suficientemente fuerte como para incentivar a la corrección. Algunos reproches o castigos son de tipo moral, otros sociales y, por último, algunos son jurídicos[8]. Los primeros están asociados a la noción de una vida buena, los segundos al quehacer habitual correspondiente para la marcha social, muchos variando, incluso, de lugar en lugar. En cambio, los jurídicos son considerados de tal nivel, que la sociedad instaura un instrumento para hacer valer esos usos y costumbres por medio de la fuerza, legítimamente considerada[9]. Y esta herramienta se llama Estado. Su idea principal es controlar, uniformar de manera que el instinto antisocial no haga aparición. No otro cometido tiene el Estado y cualquiera sea la interpretación que otras variantes políticas tengan, se equivocan porque trastocan la esencia del término. Ahora, ¿por qué construir un Estado? ¿Para qué se erige un poder de tal envergadura? La respuesta es simple: porque la sociedad busca prevalecer. El proyecto social implica la consideración de tales o cuales usos y costumbres como importantes, al punto de castigar o conducir por la fuerza a quienes no respeten esas bases, porque ello coloca en peligro a la sociedad y su marchar hacia el futuro. Todo lo que la sociedad considere relevante será, de alguna u otra manera, obligatorio de respetar para los miembros de ella.

Es aquí, entonces, que podemos detenernos y reflexionar sobre varias características de la sociedad que irán, con justa razón, contra los postulados de la izquierda en general. Cualquier variante de la izquierda, socialista, social demócrata o comunista, se cae en uno o en varios de estos aspectos:

1)    La sociedad nace de manera espontánea en el encuentro furtivo de conciencias que consideran tales o cuales temas de común implicancia, no por medio de la fuerza o por la mente de una persona o entidad, que configura esa sociedad desde arriba.

2)    Los miembros parte de esta sociedad saben que existe un ímpetu antisocial en sus filas y, por lo mismo, crean una herramienta que ayuda a mantener la configuración social. Ese elemento se llama “Estado” o autoridad. Cualquier acción que contraríe el tejido social o lo coloque en conflicto, debiera ser castigado.

3)    Determinados usos y costumbres se entienden deben ser protegidos por el Estado, puesto que se consideran importantes para la marcha de la sociedad hacia el futuro. La sociedad busca prevalecer y no otra cosa.

 En estas conclusiones podemos ver, espero, fácilmente los elementos que no se condicen con la realidad de la izquierda y sus distintas variantes políticas.

En primer lugar, tenemos el origen espontáneo de la sociedad. Las acciones de la izquierda tienden a confundir Estado con Sociedad, al punto que entienden “lo social” se construye con o por medio de la autoridad. No otro sentido tenía la dictadura del proletariado por medio del Estado en Marx, o la asimilación de dicho paso por Lenin con la dictadura del partido o, finalmente, la importancia del mismo en la organización de la revolución[10]. No hay marcha social, no hay conciencia social, no hay sociedad, sin la intervención de alguien más con el poder suficiente para diseñarla. La misma noción se hace presente cuando ciertos personeros de izquierda dicen que “El Estado somos todos”[11]: todos somos o formamos parte de la sociedad, pero no del Estado.

De esta manera, todas las medidas adoptadas por la izquierda, en general, tienden a reformar a la sociedad, a pintarla a su parecer, no aceptando los resultados de la libre espontaneidad de los sujetos. Es lo que Karl Popper llamaría “ingeniería social”[12]: el revisionismo histórico[13], el lenguaje inclusivo[14], la redistribución excesiva en pos de una igualdad material imposible[15], todas medidas contrarias a la marcha espontánea social. Hoy día, nosotros vivimos el ejemplo más claro de ingeniería social: la Convención Constituyente. Sus miembros buscan “…refundar Chile” y no otro sentido adquieren la supresión de la palabra República en el reglamento o el hablar en mapusungún -lengua que evidentemente habla una minoría- y otros ejemplos más. Construir una nueva sociedad desde arriba, el mismo pecado de los revolucionarios franceses[16], ese es el objetivo de la convención y, por lo mismo, es que tendrán que utilizar la fuerza, tarde o temprano, para ordenar a la sociedad la cual, desconoce y desconocerá todas las medidas que adopten. Y la incomodidad que vivirá la sociedad es evidente, puesto que sus actos serán fruto de un arreglo institucional que no se aviene con su forma original o a sus cambios espontáneamente queridos. La solución del 15 de noviembre fue un intento de ingeniería social, no otra cosa y el hecho que un 80% de una mayoría circunstancial lo ratificara por medio de un plebiscito no dice nada, en tanto las circunstancias sociales cambian. Ya la convención ha bajado su apoyo y seguirá ese camino.

En segundo lugar, la izquierda no se aviene cómodamente con el utilizar al Estado como herramienta contra toda acción que contravenga las bases de la sociedad pues, en su seno abrigan precisamente un papel distinto para esa herramienta y que solo pueden lograr por medio del incentivo al conflicto de manera permanente. El Estado no puede solo mantener el orden: su papel es mucho más interventor. En Marx el Estado será controlado por las masas obreras para, finalmente, destruir todas las bases del orden social anterior. En los planteamientos social demócratas, es el principal gestor de modelos económicos keynesianos fracasados y que no resuelven los conflictos de derechos, sino que conviven con ellos[17]. En los movimientos posmodernos es enemigo de movimientos sociales, pero, a su vez, la caja pagadora de las prestaciones que consideren “derechos”[18]. Y, por supuesto, toda lucha social de la izquierda, toda reivindicación, no ha de ser considerada como conflictiva o como promotora de la violencia -aunque siempre se muevan en esas líneas- porque son de justicia social. No obstante, aquello, toda proclama de izquierda sigue la falacia de los juegos suma cero: la ganancia de algunos es la pérdida de otros, lo que, por supuesto, no se condice con la realidad[19]. Con todo, el lema es el mismo: los pobres lo son porque los ricos concentran la riqueza[20], las mujeres no tienen derechos porque sufren el yugo de los hombres y su sociedad patriarcal[21], los inmigrantes no son bien recibidos por la xenofobia y chauvinismo de los locales[22] o, por último, los animales sufren porque el hombre los considera cosas, útiles a su voluntad[23]. El asunto consiste en azuzar el conflicto social por mor de lograr el poder y tergiversar la naturaleza propia del Estado. Fomentar el conflicto entre los miembros de la sociedad no parece tener nada de social en lo absoluto.

Por último, la izquierda tiene problemas con la perennidad social. La sociedad busca su prevalencia y protege por medio del aparato jurídico lo que entiende imprescindible para su subsistencia. Por supuesto, la lógica de Marx trastoca este sentido, en tanto lo que debía prevalecer es una clase social por sobre otra: la clase obrera. El socialismo es el mundo sin clases, un objetivo que no podía lograrse sin exterminar a los burgueses[24] y, en último caso, promueve la perennidad del socialismo, su visión particular de sociedad, no nacida, por supuesto, de manera espontánea. Lo que pretendería no es la prevalencia social, sino la exterminación o eliminación de parte de ella. Lo mismo ocurre con la social democracia: su sistema económico se mantiene en la medida que haya combinaciones precisas entre productividad, población y efectivo gasto público que no provoque el engrandecimiento del Estado ni una carga imposible de asumir para las generaciones futuras. En todos los casos, salvo excepciones muy contadas como el caso noruego en el que el ahorro a partir del precio del petróleo ha sido abundante[25], o el caso alemán en el que existe una limitación constitucional al endeudamiento del Estado[26], la productividad no alcanza y los países deben endeudarse para solventar sus prestaciones sociales[27], dejando a las próximas generaciones con deudas que deben asumir. Financiar la fiesta presente con cargo a las cuentas futuras no parece una preocupación de talante social. En otros sentidos, las visiones posmodernas de izquierda tienden a justificar todas sus proclamas en atención al futuro de la humanidad: la preocupación por el medio ambiente parece ser una de sus consignas más elevadas. Sin embargo, nadan en sus propias contradicciones. Por solo mencionar una, si te interesa el futuro de la sociedad, pero prefieres que la mujer decida libremente si el recambio generacional debe darse, al reivindicar el aborto libre, no puedes sino caer en contradicción. La sociedad, diría Burke, es un pacto que incluye tanto a los muertos, como a los presentes y a los miembros que están por nacer. No puede considerarse, por esta misma razón, ciertas medidas eugenésicas como el aborto libre, una postura social. Y así podríamos profundizar aún más.

En conclusión, si entendemos la sociedad como un fenómeno espontáneo, que construye al Estado en aras de proteger lo que considera base de su existencia, en tanto único objetivo de prevalecer, la izquierda, en sus distintas formas, difícilmente se aviene con un talante social. En general, la izquierda y sus representantes son antisociales y descreen de las soluciones de la sociedad civil y del mercado, prefiriendo aquellas visadas por la autoridad estatal; motivan al conflicto social perpetuo entre bandos enemigos en aras de conseguir el poder y así construir su tipo particular de sociedad, trastocando la naturaleza o esencia propia de lo estatal y; sus medidas no tienden a promover la prevalencia social, aunque en apariencia o en el discurso sí parezcan hacerlo, sino que sus acciones y pensamientos horadan las bases de su integridad. Con mucha dificultad una mente de derecha correctamente formada podría coincidir con la apreciación de Scruton. El filósofo inglés, por supuesto, indaga sobre el error del socialismo o la izquierda, pero les presume ingenuos. La derecha, si quiere despertar, no puede dar pie a presumir lo mismo.  

 
 

Notas a pie de página

  1. Scruton, Roger (2014) Cómo ser conservador. Homo Legens.

  2. La última expresión de “vérselas con el mundo” es una noción orteguiana. Véase Ortega y Gasset, José (2010) El hombre y la gente. Revista de Occidente.  

  3. Ortega y Gasset, José (2003) El tema de nuestro tiempo. Editorial Austral.

  4. En Heidegger, Martín (2018) Ser y Tiempo. Universitaria.

  5. En Sartre, Jean Paul (1960) «Una idea fundamental de la Fenomenología de Husserl: la intencionalidad», en El hombre y las cosas (Situaciones I). Losada.

  6. De ahí la visión crítica de Heidegger sobre la técnica, modalidad de trato con la otredad que trastoca el sentido primigenio con el cual esta se presenta a nosotros. Véase Heidegger, Martin (2019) Filosofía, Ciencia y Técnica. Universitaria.

  7. En Sartre, Jean Paul (2004) El Ser y la Nada. Losada.

  8. Véase la normatividad como fenómeno y sus variantes en Squella, Agustín (2001) Introducción al Derecho. Editorial Jurídica.

  9. No otra lógica le ve también el sociólogo Max Weber en (2014) Economía y Sociedad. Fondo de Cultura Económica.

  10. Asimismo, las purgas a las masas obreras, a los campesinos y a los miembros del partido se llevaron a cabo para detener las reacciones espontáneas a un orden manejado desde la autoridad, top-down. Lo mismo le valió a Trotsky, quien tuvo que huir no solo por ser judío y tener enemistades con Stalin, sino también por preferir la organización bottom-up a través de los soviets. Véase Rojas, Mauricio (2014) Lenin y el totalitarismo. Debate.

  11. Véase la disputa entre Beatriz Sánchez y Axel Kaiser sobre de qué se trata el Estado en https://www.youtube.com/watch?v=DJHvjQwnJSM&ab_channel=Pol%C3%ADticaChile

  12. Popper, Karl (2017) La sociedad abierta y sus enemigos. Paidos.

  13. Shapiro, Ben (2020) El lado correcto de la historia. Deusto.

  14. Lilla, Mark (2018) El regreso liberal. Debate.

  15. Véase Tapia, William (2021) “La derecha y la igualdad de oportunidades” en Girar a la derecha. Editorial Entre Zorros y Erizos.

  16. Véase Burke, Edmund (2020) Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Ediciones Rialp S.A.

  17. Véase Tapia, William (2021) “Tres razones filosóficas contra Atria”. En Girar a la derecha. Editorial Entre Zorros y Erizos.

  18. Es evidente la lógica del hombre masa, miembro indiscutido de los movimientos posmodernos. Consúltese Ortega y Gasset, José (2020) La rebelión de las masas. Austral.

  19. Véase el tratamiento de la falacia en las lógicas de izquierda en Scruton, Roger (2018) Bondades del pesimismo. FPP.

  20. Véase Piketty, Thomas (2015) El capital en el siglo XXI. Paidos.

  21. Nótese Beuavoir, Simone de (1999) El segundo sexo. Debolsillo.

  22. Nótese el talante del tweet del candidato presidencial Gabriel Boric: “Uno de los problemas en Chile es que hay muchos chilenos. Bienvenidos inmigrantes”. https://twitter.com/gabrielboric/status/803224938727505920?lang=es

  23. Véase Tapia, William (octubre 4, 2021) “Sobre los animales y su consideración ético-política”, en Revista Individuo. https://revistaindividuo.cl/ensayos/sobre-los-animale-y-su-consideracion-etico-politica

  24. En todo lo dicho sobre Marx, pueden sacarse conclusiones de todos sus escritos. Véase la compilación Marx, Karl (2017) Llamando a las puertas de la revolución. Penguin Random House.

  25. https://cincodias.elpais.com/cincodias/2019/11/08/mercados/1573225428_779264.html

  26. https://www.dw.com/es/c%C3%B3mo-funcionar%C3%A1-el-l%C3%ADmite-de-deuda-en-alemania/a-15289566

  27. El caso más sintomático es el de Suecia en los 90´ o el caso actual de Japón, país que alcanza más del 200% de su PIB. Véase Lacalle, Daniel (2017) Viaje hacia la libertad económica. Booket. Para el caso de Suecia, consúltese Rojas, Mauricio (2014) Suecia, el otro modelo. FPP.

Anterior
Anterior

PTU: LA NUEVA PRUEBA DE “APTITUD” ACADÉMICA

Siguiente
Siguiente

REFLEXIONANDO ACERCA DEL CONCEPTO VIOLENCIA