SOBRE LOS ANIMALES Y SU CONSIDERACIÓN ÉTICO-POLÍTICA

 

Las paredes de nuestras ciudades chilenas, tal como atestigua Gonzalo Rojas-May en “La Revolución del Malestar” (2020), sirvieron el 18-O como un pliego de libre creatividad artística, tal como si representaran la “hoja en blanco” que pretenden los constituyentes, para descargar la rabia, el malestar generalizado, pero también, aunque no lo consideren así algunos, la locura ciudadana. Algunas consignas pictóricas que adornaron las calles chilenas pedían desde la cabeza del presidente, hasta la liberación de los árboles y animales del yugo humano. Esta última petición, que pareciera simplemente la toma de conciencia ambiental de nuestros tiempos progresistas y, casi, el necesario asumir una “ética de la responsabilidad”, al estilo Hans Jonas(1), con nuestro medio ambiente y con los animales que se ven obligados a convivir con nosotros, ha tomado cuerpo en el sinnúmero de desvaríos constituyentes, al punto que han nacido campañas que buscan “masificar y movilizar, en el contexto del proceso constituyente, el derecho de los animales no humanos con el objetivo de garantizarlos en la nueva Constitución”(2). Sin embargo, ¿corresponde la inclusión de derechos animales en la carta magna? ¿Siquiera son susceptibles de consideración ética? El asunto sobre el trato ético hacia los animales y su inclusión en nociones de derecho vuelve a resurgir cada tanto, en especial sobre el rodeo y su celebración cada septiembre. Los gritos y, claro está, los ladridos, no se han hecho esperar de parte de los animalistas, haciendo eco en las autoridades e incluso, candidatos presidenciales, los cuales se comprometen a tomar medidas sobre el asunto(3). Pero, como siempre, hemos de dar un toque más filosófico al análisis, puesto que pareciera que la confusión y el melodrama reinan como al comienzo de Hamlet y no existe claridad alguna sobre los términos y sus consecuencias políticas.

Por lo mismo, en adelante, hemos de preguntarnos qué es un animal, pero, de un modo filosófico, es decir, desde una veta más profunda y paradójica, desde la ontología de aquello que se nos presenta. Fruto de estas mismas disquisiciones, derivaremos las consecuencias de un trato supuestamente ético respecto de los animales y sus consecuencias políticas que dirimirían la supuesta correspondencia de la inclusión de un estatuto animalista a la que ya se han comprometido, equivocadamente a mi juicio, muchos constituyentes, de diversa adherencia política(4). 

Debiésemos comenzar planteando, entonces, que el hombre se presenta en un mundo y se encuentra de súbito, como decía el filósofo español Ortega y Gasset en El hombre y la gente (1951), con que algo tienen que hacer en él, pues el hecho radical de su existencia es, precisamente, que existe, que vive. Esta vida de este hombre se va desarrollando en los albores del mundo, que es todo aquello que no es precisamente él. En ese horizonte vital aparece una diversidad de seres. Entre ellos, los animales. Estos seres de todo tipo, cuadrúpedos, con patas o sin patas, con observación furtiva, desafiante o querendona, se hacen presentes aquí y ahora, sin que podamos realmente notar el sentido de su propio “estar”. A pesar de ello, erraríamos el camino, y sería muy fácil, decir que no son más que pragmatas, es decir, cosas que se están ahí, "a la mano" diría el filósofo alemán Heidegger en “Ser y Tiempo” (1927), para nuestra vida y conveniencia. La verdad sea dicha, estas entidades -puesto que, por fuerza, algo son-, de un modo u otro se nos escapan a nuestro control, se mueven y de algún modo, existen sin depender de nuestra exclusiva voluntad. Por lo tanto, el estatuto ontológico de un animal no es precisamente el mismo que el de una cosa. No está al mero servicio nuestro, o al menos no en principio. 

Pero, tampoco estos seres son personas. Decía Ortega y Gasset en la misma obra ya mencionada, que el animal nos interpela, de un modo u otro, pero no del mismo modo que una persona, que otro ser que es igual a mí. El filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre, a través del análisis de “El Ser y la Nada” (1943), detalla cómo la mirada nos revela como la persona parece ser igual que uno, haciéndolo com-presente, capaz de una suma de voluntades. Yo agregaría, a través del análisis del escritor y filósofo español Fernando Savater en “Las Preguntas de la Vida” (1999), que no solo la mirada revela este ser esencial de un “otro”, sino que, también, lo imperioso de un ser humano es demostrar conciencia a través del lenguaje. Miradas y lenguaje, querámoslo o no, no conforman las características principales de un animal -dirán las catervas de izquierda que sí te mira, pero observar no es mirar; dirán que tienen lenguaje, pero no alcanza la sutileza y pericia del lenguaje humano-. 

Aceptando este punto que nos diferencia radicalmente de estos entes, ¿cómo puede ser que los animalistas, progresistas y almas bien querientes de hoy manifiesten consideraciones que rayan en la asimilación de una persona con un animal? ¿Es que acaso un animal es capaz de demostrar las vivencias infinitas de significado y leyenda de un ser humano como tal? Y es que, en definitiva, un animal no es una persona, y por lo mismo, desde un plano vital ontológico, y en virtud de ello, éticamente, no son lo mismo. Independiente de la zoolatría que a algunos despiertan los seres distintos a nosotros, la realidad es que plenamente la igualdad -base inconmovible de la mutua consideración ética entre seres capaces de hacerse responsable de sus actos- no es el principio de nuestra relación con ellos. Es increíble como los animalistas llevan esa igualdad a planos éticos y políticos, haciendo gala de ser conscientes moralmente, pero, si bien se colocan, de un modo aún arcano para mí, en la posición del animal -en verdad uno no llega a entender cómo es eso posible: quizá Diógenes de Sinope(5) haya sido el que se acercó más-, parecieran no ser capaces de hacer lo mismo con las personas realmente existentes. Por ejemplo, cuando un animal ataca a una persona adulta o siquiera un niño, no son capaces de comprender, ponerse en el lugar de ese “otro” que dicen considerar. Asumen que el sujeto debió haber hecho algo, cualquier cosa, que pudiera “justificar” -de nuevo, el lenguaje moral llevado a ámbitos que no corresponden- el actuar del animal. El posible peligro que implique la conservación del animal para los demás seres humanos no es parte de los elementos a considerar en la mente de un progresista.

Se hace presente en mi memoria las reflexiones del padre de Pi en la película “Una Aventura Extraordinaria” (2012): Pi intentaba por todos los medios llegar, relacionarse, con el tigre de Bengala que por error había sido llamado “Richard Parker” y entregado al cuidado del zoológico familiar. Consideraba Pi que este animal tenía "alma", hasta que un buen día, el animal casi le come el brazo. El padre muy enojado, después de darle una lección, le dice algo, si mal no recuerdo, como "(...) te estabas viendo a ti mismo en los ojos del tigre"...y es que pareciera que las reflexiones del filósofo e historiador escocés David Hume sobre la religión(6) no pierden su virtud para casos como éste...¿No será que queremos ver algo que no hay en los ojos de esos animales, así como Hume relata parecían querer los primeros primitivos que vieron en los cambios climáticos los designios de una voluntad desaforada hambrienta de fuego y libaciones?

Más allá de todo esto, el estatuto ontológico de los animales implica una cosa clara: las consideraciones, por mor de ser coherentes, no pueden ser las mismas para un animal que para una persona -más allá de que algunos consideren a ciertas personas verdaderos animales que merecen las penas del infierno, incluyendo las penas terrenales-. Por lo mismo, ya nos decía el filósofo alemán Immanuel Kant, Savater y muchos otros pensadores, que la ética no es para animales, sino para personas, para sujetos. Y es claro. La palabra ethos refiere al carácter, a la forja de un temple adecuado para uno y para los demás. No creo que alguien sea capaz de defender la capacidad de los animales de poseer carácter o de atisbar bajo reflexiones sesudas el imperativo categórico kantiano.

No obstante, cabe la pregunta: ¿Es que acaso los animales no merecen consideración ética ninguna? ¿Qué pasa con el supuesto dolor, hambre, y aparente sufrimiento que muchas veces nuestras acciones les hacen pasar? ¿Es que acaso el animal no despierta nada en nosotros? A pesar de las obvias diferencias entre esos seres carentes de un lenguaje y escasos de una mirada reveladora de algo más que subyace tras ella, ellos te interpelan. Claro, pero, ¿de qué modo? A pesar de que esos animales no sean plenamente humanos, y por lo mismo para ellos, en principio, no exista la ética pues, como bien dijo Fernando Savater en “Tauroética” (2010), ellos no poseen libertad, y lo principal de la ética es la libertad, sí son dignos, en todo caso, creo yo, de cierta consideración. Y lo son en tanto consideración exclusiva nuestra. Me explico. Una de las grandes preguntas que podemos hacernos, tras los casos tan comentados todos los días por las redes sociales de violencia para con los animales es qué se abriga detrás de un caso de crueldad animal. ¿En qué está pensando alguien que trata así a estas bestias? Sabemos que los animales no sienten lo mismo que nosotros, pero, ¿acaso no se le puede llamar, de alguna manera, muy forzada, quizá, "dolor" a sus gemidos y alaridos? ¿Qué tipo de ser humano se solaza, aún, en la sangre y vísceras derramadas por un animal? ¿Qué monstruo se congracia en los chillidos de una masa rebosante de sed ante los ataques de un sociópata enardecido? Como Kant enseña en su Crítica de la Razón Práctica (1788), en realidad lo que alimentamos cuando somos crueles con los animales, es la maldad y crueldad susceptibles de ser practicada con otro ser humano y consigo mismo. En los actos de crueldad para con esos seres, damos combustibles al fuego de ira que hará mella en nuestros corazones para con los demás. 

No entiendo aquí, por supuesto, alimentarse de ellos como un acto de crueldad. Cualquiera sabe que el cuerpo humano necesita determinados nutrientes que solo podemos obtener de esos animales -quien se quiera arriesgar a no obtenerlos o a tener que tomar pastillas por su decisión, muy bien, su decisión será respetada, pero no piense que tiene el pase para obligar al resto a no comer y menos a llamarnos asesinos-. Me refiero, no obstante, a los actos sobre los cuales se puede evitar la crueldad con estas bestias y que solo desnudan, a mí parecer, desequilibrios psicológicos severos. Varios ejemplos nos legó, hace ya un tiempo, el filósofo australiano Peter Singer en Liberación Animal (1975): v.gr. estudios psicológicos en los cuales se trataba de experimentar la sensación de apego de monos a su madre a través de "madres postizas" que tenían púas en su cuerpo; el simio se apegaba sin importar el daño que le pudiera provocar. Y así con varios otros ejemplos.

No obstante, todo lo dicho, ¿qué significa incorporar una serie de derechos a favor de los animales en la Constitución de un país? ¿Es que acaso tiene sentido hablar en ese lenguaje sobre ellos? Es evidente, que sumar una lista de consagraciones constitucionales a favor de los animales no se acerca a las consideraciones realizadas en este escrito. Hablar en términos de derechos es humanizarlos, otorgarles una condición ontológica que no reportan. Todo ello no quiere decir que, entonces, hemos de consagrar la inhumanidad, en tanto refocilarse de aquello que esconde una mentalidad peligrosa para la sociedad. No por corresponder adecuadamente a su ser en sí, alimentamos la desviación psicológica en nosotros, como si fuésemos el Conde de Montecristo construyendo un sí mismo en base a lo más violento y perverso que hay dentro de nuestra alma, encerrados en la cárcel de nuestra tozudez. Llegar a ser un ser humano en el sentido más completo del término es difícil, y la crueldad no nos hará llegar a puerto. Empero, tergiversar, en aras de un desconstruccionismo y de un ideario político, la realidad de aquello que nos enfrenta, en aras de otorgar privilegios a seres que no son capaces, siquiera de entender el compromiso ético y político que implica, en desmedro de la otredad humana que, con sus tradiciones y significados, pasan a un segundo plano, no puede ser parte de una carta fundamental que no tiene que ver, por su propia naturaleza, con el asunto, ni mucho menos un rasgo característico que el hombre de derecha debe aspirar a ser. La humanidad y nosotros mismos dependemos de ello. No vaya a ser que nos asustemos de nuestro propio retrato, como Dorian Grey.   

 
 

Notas a pie de página

  1. Véase Jonas, H. (1995) El Principio de Responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Editorial Herder.

  2. Véase la página oficial del proyecto http://www.animalesenlaconstitucion.info/   

  3. En este caso, fue el candidato presidencial Gabriel Boric, quien protagonizó nuevas polémicas por el maltrato que el rodeo significa para los animales y prometió medidas en el caso de ser presidente. https://www.adnradio.cl/nacional/2021/09/07/gabriel-boric-califico-el-rodeo-como-maltrato-animal-y-federacion-le-contesto.html

  4. Véase la sección “Constituyentes” de la misma campaña en http://www.animalesenlaconstitucion.info/convencionalesconstituyentes/

  5. Diógenes de Sinope (412 a.C.-323 a.C), filósofo griego de la escuela cínica. Su actitud y filosofía le valieron el apodo de “El perro”. Véase Diógenes Laercio (2013) Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. Alianza Editorial.

  6. Véase Hume, D. (2003) Historia natural de la religión. Editorial Trotta.

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