ENTENDIENDO EL ACTIVISMO PROGRE: RESEÑA CRÍTICA DE «TEORÍAS CÍNICAS» (2020)

activismo.jpg
 

Muchos no entienden que el mundo de hoy se fabrica en las universidades. Cuando ven “funas” por doquier, críticas por “apropiación cultural”, “cancelación” de artistas u otros resabios de lo que ha sido llamado como “cultura de la cancelación”, a menudo se oponen sin entender realmente por qué ocurre todo esto.

La corriente del posmodernismo, vigente hoy, consistía inicialmente en un escepticismo radical hacia los “grandes relatos”, y una crítica a la posibilidad de conocimiento objetivo bajo el supuesto de que no se encontraba en el sujeto cognoscible sino en las categorías, palabras y sesgos que usamos para interpretar el mundo. El tránsito de este escepticismo original a la “política de la identidad” (toda aquella acción política que emerge de la noción que existen “minorías oprimidas” por un sistema cultural) es la gran contribución que Peter Boghossian y Helen Pluckrose hacen en su libro Teorías Cínicas: Cómo el activismo universitario hizo que todo fuera sobre la raza, género e identidad (2020). 

Debemos considerar que la crítica que estos autores hacen no tiene origen en la derecha conservadora ni mucho menos, sino en liberales de izquierda. Esto es perfectamente notorio pues en numerosas secciones del libro los autores se apresuran en desmarcarse de la “extrema derecha”. Sin embargo, el rastreo que hacen para explicar los peligros de estas nuevas teorías trasciende por mucho el liberalismo inicial desde donde escriben.

 
 
 

Del Esceptisismo a las políticas de la identidad

Durante los años 80’ y 90’, el posmodernismo se caracterizó por dar pie a sujetos desesperanzados hundidos en un mar de nihilismo y vidas sin sentido. El giro fundamental lo empiezan a realizar a principios de los 2000, cuando esa decadencia fue canalizada en activistas comprometidos con la creencia que la civilización occidental era el origen de sus problemas y padecimientos (no el sistema de creencias pesimista y simplista que habían adoptado). 

Algunos podrían argumentar que, dado que el posmodernismo profesa el escepticismo a los grandes relatos, es absurdo adjudicarle el activismo identitario que ve “oprimidos y opresores” por todos lados, constituyendo esto mismo un relato. Más allá del cinismo subyacente a todo esto es importante reconocer cuál es el hilo conductor. La contribución de los autores del libro radica en este punto, donde se analizan a diversos autores como Michel Foucault, Jacques Derrida, Judith Butler, entre otros. 

Si todo relato es una construcción social y la realidad objetiva no es sino la suma de categorías encontradas en las palabras, ¿cómo fue que las sociedades desarrollaron jerarquías? Obviamente un relato fue el vencedor, y las categorías lingüísticas serían meras imposiciones de esa victoria, generando a su vez oprimidos y opresores, pues ningún otro factor pudo crear esas categorías (ni la eficiencia como argumentaría Jordan Peterson ni la autoexploración, como diría Byung-Chul Han). Si sumamos la interpretación foucaultiana de que el conocimiento sería un mecanismo de expresión del poder, entonces podremos entender el giro de la decadencia inicial al activismo progresista actual: se trata de desmantelar el sistema de creencias occidental, sindicado como opresivo, pues ha impuesto sus categorías en desmedro de las minorías.

 
 
 

Los primeros problemas

Una vez hemos desarrollado el marco inicial, podemos entonces decodificar el lenguaje que suelen utilizar elementos progresistas en el ejercicio de la “cancelación”. Términos como “normalizar”, “romantizar” y “visibilizar”, no serían sino expresiones del principio político posmoderno aplicado. Así, dado que el lenguaje construye realidades, y dado que no existe otro factor que provoque jerarquías o padecimientos (como la biología, la cual es completamente ignorada el análisis posmoderno), cualquier expresión inapropiada hacia alguna minoría no puede ser considerada simplemente como un chiste, sino que estaría construyendo la realidad negativa hacia aquella minoría. Para estos activistas, no existe ninguna diferencia entre la violencia física y la verbal. En consecuencia, permitir que alguien opuesto a la identidad de género tenga derecho a la libre expresión, es equivalente a un genocidio en potencia. 

Principios liberales como los derechos universales, el individuo o la libertad de expresión son vistos por los activistas como problemáticos o ingenuos. El individuo, por ejemplo, como todo lo demás, es considerado una construcción social derivada de los discursos dominantes construidos culturalmente. Los derechos universales son considerados insuficientes, pues no darían la voz suficiente a aquellas minorías históricamente oprimidas. 

Debe notarse que, esta forma de pensar separa lo que las personas pueden conocer en función de su identidad. Vale decir, si eres afroamericano, homosexual o mujer debes pensar de cierta forma, en sintonía con la situación de opresión que te tocó vivir. Algunos podrían argumentar que esta lógica es necesariamente racista o sexista, pero no en términos políticos posmodernos. Ya se ha dicho: la opresión se encuentra en las palabras y en las categorías impuestas. La idea de que un hombre pueda representar mejor los intereses de las mujeres o viceversa, independiente de los estudios o preparación que puedan tener, es imposible. La democracia, pues, se transforma en un juego de representaciones donde la idea de “una persona un voto” es insuficiente. 

Por otro lado, en el entendido de que cada persona es portavoz de su identidad dentro de las escalas de opresión, el diálogo o el debate son imposibles. Esto pues, un blanco solamente puede tener la perspectiva opresora de un blanco, y un heterosexual, solamente puede tener la perspectiva de un heterosexual, y así sucesivamente. 

El lenguaje inclusivo, visto en estos términos, constituye una notable contribución a la lucha contra la “invisibilización” de las minorías, y estaría literalmente salvando vidas. 

La ciencia, por su parte, tampoco está libre del escrutinio posmoderno. A menudo grandes contribuciones son descartadas por “haber sido obra de un hombre blanco”, quien, obviamente, responde a su interés de perpetuar la opresión de la que es partícipe sobre las mujeres y los negros (así haya inventado la penicilina, o haya combatido la pobreza).

 
 
 

Los peligros

Alguien podría argumentar que lo anterior constituye una acumulación de payasadas sin efectos mayores en la sociedad. Insto a esas personas a sopesar lo que ideas tan radicales como la imposibilidad del diálogo o del conocimiento pueden hacer en desmedro de las instituciones. El mejor caso que presenta el libro es lo que ocurrió en la Evergreen College. 

La Universidad Evergreen se hizo conocida por una protesta de estudiantes afroamericanos. Allí, durante una semana los estudiantes afroamericanos prohibieron ingresar a otros estudiantes y profesores blancos a las facultades. Cuando los profesores −obviamente indignados ante tamaña manifestación de racismo− intentaron conversar con los alumnos manifestantes, se vieron increpados y expulsados agresivamente con cánticos acerca de lo “cómplices” que eran con el patriarcado blanco (esto a pesar de que muchos profesores eran liberales de izquierda, como Bret Weinstein). 

El activismo posmoderno insta a las personas a “problematizar” situaciones de la vida diaria para encontrar rastros de racismo o de machismo, lo cual termina siendo una profecía autocumplida: de tanto buscar racismo, cualquier noticia al respecto es elevada a la máxima categoría para demostrar que ahí estuvo presente siempre (incluso esto ha llevado a muchos activistas a inventar y mentir sobre casos de racismo, como el actor Jussie Smollet). 

En el ámbito empresarial, la instalación de esta ideología puede perjudicar ambientes laborales que ven cómo se llenan cupos solo por el sexo de la participante y no por sus competencias. A partir de esto, se suelen crear agencias de “diversidad” o se realizan cursos sobre “sesgos inconscientes”, destinados a adoctrinar a trabajadores para ver la raza, el sexo o la orientación sexual en cada una de sus interacciones. Nótese que no estamos presentando un argumento contra la inclusión, por el contrario, muchas personas de las llamadas minorías podrían verse beneficiadas de no ser el centro de atención solo por pertenecer a aquel colectivo identitario. 

Llevado a otros ámbitos, este activismo conduce incluso a la muerte; es el caso del lamentable activismo contra la “gordofobia” que, lejos de tratarse de una iniciativa para desarrollar la autoestima −y como no podía ser de otra manera−, considera que el impulso que fomentar la vida sana es meramente un “constructo cultural opresivo”, e insta a las personas (especialmente mujeres) a mantener estilos de vida insalubres que las acerca a la muerte.

 
 
 

Conclusiones

En resumen, el principio político posmoderno aplicado es un peligro y debe rechazarse. El libro traza y analiza el origen de muchos otros ejemplos de esto, como el activismo queer o los estudios decoloniales, dentro de los cuales están presentes otras aberraciones, como la justificación de la pedofilia, cuya penalización, adivinen, también sería una mera construcción social impuesta. Debe enfatizarse que el giro posmoderno no constituye un avance en los derechos de las personas, al contrario, es un retroceso, por cuanto busca “luchar” contra el racismo promoviendo el racismo antiblanco, “luchar” contra el machismo promoviendo el odio hacia los hombres, y “acabar” con las “categorías opresivas” encontradas en el lenguaje atentando contra la gramática y el buen entendimiento de las palabras (que perjudica a niños con dificultades de aprendizaje, razón por la cual el lenguaje inclusivo fue prohibido en Francia). Sin duda alguna, cualquier persona que quiera instruirse más acerca del origen de las luchas progresistas debe leer este recomendable trabajo. Esta humilde columna es apenas una pincelada.

 
Anterior
Anterior

RESEÑA CRÍTICA: «EL HOMBRE RACIONAL» DE ROLLO TOMASSI

Siguiente
Siguiente

RESEÑA LITERARIA DE LA EDDA POÉTICA