REQUERIMIENTO DIPUTADOS EN MATERIA DE GÉNERO

 

La Dra. Elisa Araya (rector de la UMCE)(1) y algunos de sus colegas, además de varias organizaciones de extrema izquierda, han reaccionado con una indignación de conventillo ante la justificada solicitud de los (a diferencia de los rectores) Honorables Diputados de la República de Chile, don Cristóbal Urruticoechea y don Harry Jürgensen. Ellos han requerido a la Universidad de Chile y a la Universidad de Santiago de Chile que «informe[n] a esta Cámara sobre los cursos, centros, programas y planes de estudio que se refieren a temáticas relacionadas con estudios de género, ideología de género, perspectiva de género, diversidad sexual y feminismo, detallando sus principales características e individualizando a los funcionarios o docentes que están a cargo de ellos». La Dra. Araya, en particular, considera que «el concepto de “ideología de género” ... intenta descalificar décadas de estudios nacionales e internacionales sobre la construcción cultural del orden género, diversidades sexuales, comunidades LGBTIQ+ [sic], feminismos», bla, bla, bla, bla. Ella ni siquiera se molestó, por supuesto, en hacer una indagación rápida en el Google Académico: la búsqueda [“ideología de género”] arroja 16 500 resultados, mientras que [“gender ideology”] arroja 59 600. No se trata, como dice ella «à la doña Florinda» de una descalificación, sino de un concepto ampliamente analizado: su rechazo del término manifiesta tanto ignorancia cuanto desprecio por la ciencia. Como a tantos «paladines» de la diversidad y del arcoíris, a ella solo le interesa defender una posición política extrema en nombre de la cual vale la pena silenciar no solo al profesor disidente, sino incluso a los Honorables Diputados elegidos por los ciudadanos de la República para que nos representen y detengan precisamente el tipo de abuso que intentan imponer los académicos extremistas que promueven la ideología de género.

La ideología de género se llama así con justa razón porque se trata de una proposición conceptual que pone la carreta por delante de los caballos. En otras palabras, los «intelectuales» que la promueven han definido de antemano sus conclusiones y sus «estudios» o «investigaciones» no hacen más que llenar el espacio necesario para justificar tales conclusiones: no importa los datos que encuentren, ellos han decidido de antemano que todos ellos respaldarán las conclusiones que tienen preparadas. Es una situación que ya fue denunciada en el artículo magistral y definitivo, aunque apenas citado por estos académicos, del Dr. Nicholas Shackel, «The Vacuity of Postmodernist Methodology»(2). La situación había sido detectada hace varias décadas, de hecho, por el famoso Claude Lévi-Strauss cuando se refirió a la aproximación de los psicoanalistas al estudio del mito y dice que ellos «quieren reemplazar las interpretaciones cosmológicas y naturalistas por otras tomadas de la sociología y la psicología. Pero entonces las cosas se vuelven demasiado fáciles. Si un sistema mitológico otorga un lugar importante a cierto personaje, digamos una abuela malévola, se nos dirá que en tal sociedad las abuelas tienen una actitud hostil hacia sus nietos; la mitología será considerada un reflejo de la estructura social y de las relaciones sociales. Y si la observación contradice la hipótesis, se insinuará al punto que el objeto propio de los mitos es el de ofrecer una derivación a sentimientos reales pero reprimidos. Sea cual fuere la situación real, una dialéctica que gana a todo trance encontrará el medio de alcanzar la significación»(3). Al respecto y como una recomendación sumamente sensata, Marcel Mauss había expresado la opinión de que «La sociologie serait, certes, bien plus avancée si elle avait procédé partout à l’imitation des linguistes»(4), pero este consejo ha sido del todo ignorado por los promotores de la «investigación-acción» y de la ideología de género y otras perversiones pseudoacadémicas.

La ideología de género no es conspiración ni difamación, sino una inquietud legítima de quienes creemos en la Academia y, más recientemente, de padres preocupados a causa de la degeneración esparcida por los promotores de tal aberración no solo en las universidades, sino que en los colegios y hasta en el Kínder. El escándalo ha alcanzado una escala nacional en los EEUU después de que Scott Smith, padre de una niña de quince años, fuera detenido a causa de que había denunciado la violación de su hija en el liceo Stone Bridge (Ashburn, Virginia), donde un alumno con falda abusó de ella al interior de un baño el 28 de mayo de 2021. La denuncia de Smith gatilló que la Asociación Nacional de Comités Escolares remitiera una carta al gobierno federal de los EEUU en la que advirtieron sobre padres excesivamente quisquillosos con las administraciones de colegios y los compararon con terroristas internos: nada menos. El violador de la hija de Scott Smith quedó en libertad mientras que el Sr. Smith fue detenido sin razón alguna cuando se encontraba en una sesión del Comité Escolar del Condado de Loudon. En nombre de las «diversidades sexuales» a las que se refiere la Dra. Araya, los baños de los liceos se convierten en espacios seguros para que los alumnos «diversos» abusen de otros. Y, si los padres osan interponer algún reclamo, serán acusados de terroristas.

El llanterío neocomunista inducido por el requerimiento de los diputados resulta irreproducible en el espacio de una columna; pero incluye comparaciones con el Santo Oficio —que poco y nada de cuestionable tiene cuando uno se detiene a examinarlo en detalle—, acusaciones de «ultraconservadurismo» —un nombre rimbombante para una iniciativa que apela a la honestidad académica y a la prevención de las violaciones— y llamados a la libertad académica—la cual no aprecian tanto cuando se trata de enseñar la verdad histórica sobre la Revolución Militar chilena, por ejemplo. Se nota, otra vez, la eterna cadena de contradicciones y el espíritu totalitario de quienes dicen promover el progreso. 

Para terminar, quiero volver sobre la solicitud de los diputados: que las universidades «informen». ¿Cuál es el problema con esto? ¿No tenemos, acaso, una Ley de Transparencia? ¿Y no pretenden las propias universidades promocionar sus programas y difundir los resultados de su trabajo? ¿A qué viene el escándalo por una solicitud de información sobre lo que, presuntamente, pretenden promover? ¿Acaso las universidades requeridas tienen algo de qué avergonzarse? Esta situación me recuerda a los promotores de sacrificios humanos —eufemísticamente catalogados como «abortos»— cuando alguien propone que haya gigantografías desplegadas públicamente en las que se muestre el resultado del procedimiento o alguna parte de él: la reacción de rechazo o de repulsión revela lo que su corazón de verdad siente sobre el asunto. Como dice el coro de Dido and Aeneas (Purcell) acerca de la forma en que Dido niega su amor por Eneas: «her eyes confess the flame her tongue denies!» Es que no cabe duda al respecto: la ideología de género es vergonzosa. Aun cuando las universidades fingen que están orgullosas de enseñarla y de promoverla, se ruborizan cuando les piden que muestren toda la información acerca de ella y reaccionan con una impostada indignación para fingir que han detectado una amenaza contra la libertad de cátedra o contra la Academia misma. Resulta sensato exponer este hecho: que la ideología de género es vergonzosa y debe ser escondida antes de que promovida. Por lo mismo, aplaudo el requerimiento de los Honorables Diputados Urruticoechea y Jürgensen a la vez que censuro las reacciones de la Dra. Araya y sus colegas, pero especialmente de la despreciable e indigna «Universidad» de Chile, puesto que esta se negó incluso a contestar, con lo cual ha contravenido tanto la ley cuanto la decencia.

 
 

Notas a pie de página

  1. https://www.umce.cl/index.php/noticias-universidad/item/3662-umce-rechaza-oficio

  2. Metaphilosophy 36(3), 295-320.

  3. Claude Lévi-Strauss, Antropología Estructural (Buenos Aires: Eudeba, 1970), 187.

  4. Claude Lévi-Strauss, Anthropologie structurale (París: Pocket, 1958), 43.

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