CHILE: EL TRIUNFO DEL NIHILISMO

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Vivir en Chile se ha transformado en una tragedia griega pues aunque estemos mejor que nuestros vecinos en la superficie macroeconómica, las pulsiones anti-civilizatorias desatadas en la sociedad, persistentes desde el Estallido insurreccional, nunca han dejado de estar presentes. Importa poco quién salga electo presidente o cuál será la composición del parlamento si no se ataca el problema de fondo, alojado en la cosmovisión autodestructiva presente en buena parte de la juventud y del status quo del pensamiento promedio. 

En Chile, cuando un terrorista que dispara contra trabajadores forestales es abatido, recibe las condolencias del establishment mediático afín al progresismo más las condenas por sus “derechos humanos”, pero cuando asesinan una niña producto de un atentado meses después, o es secuestrado y torturado un trabajador (solo nos enteramos de esto porque otro logró escapar con vida) nadie o pocos de ellos dicen algo. 

Mientras se avanza por indultar delincuentes y asesinos “de la revuelta”, instalando la máxima política de “la violencia funciona y queda impune”, se rechaza la indemnización a los verdaderos perjudicados, los comerciantes que han sufrido la acción de saqueadores o pirómanos. 

Hoy en Chile los ciudadanos locales deben cumplir estrictas normas sanitarias para reunirse o salir de sus casas, mientras inmigrantes ilegales repletan las ciudades nortinas paseándose como si nada, e incluso peor, recibiendo buses de acercamiento para llegar a sus destinos. La guinda de la torta: inmigrantes ilegales descubiertos al querer salir con pases de movilidad adulterados. O sea, los descubren cuando quieren salir. 

Una Convención Constituyente que se declara con el abierto propósito de fragmentar y disolver la identidad del país por la presión de minorías radicales etnoidentitarias, recibe el apoyo de universidades para “detectar ataques coordinados por redes sociales”, como si se tratase de una nueva aristocracia que no pudiese ser criticada, pero nunca se vio semejante preocupación para detectar los ataques coordinados a medio país que fue quemado por la acción de delincuentes durante el estallido. 

Cuando las bolsas caen, los insulsos celebran porque creen que los ricos la pasan mal, ignorando que se están empobreciendo ellos mismos. Cuando los expertos alertan sobre las malas políticas económicas y sus desastrosas consecuencias, aparecen los insulsos de nuevo, a decir que “no los engañan” y que “no caen en campañas del terror”

Aleksandr Solzhenitsyn, importante escritor y disidente ruso describía uno de los atributos esenciales de la instalación de regímenes totalitarios: la pérdida de la cordura, donde nada parece tener sentido. La deconstrucción ha ido derribando, y lo sigue haciendo, toda institución o valor moral que pudiese parecer importante o trascendente. Hoy gobierna la masa, apegada a sus pulsiones más salvajes, amenazando con quemar a cada rato. Los drogadictos son referentes de la juventud; las niñas se operan para no tener hijos a edades irresponsablemente bajas; los políticos siguen el baile de la locura apoyando cada vez más proyectos inconstitucionales. 

Así estamos.

 
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