AVALANCHA CULTURAL PROGRESISTA: ¿QUÉ HACER?

 

«La ceguera biológica impide ver. La ceguera ideológica impide pensar», es la sentencia con que el escritor, poeta y Premio Nobel en Literatura (1990) mexicano, Octavio Paz, se refiere al dogmatismo intrínseco a las ideologías y cómo estas nublan el juicio y la razón. Sobre la base de esta premisa, argumentaré por qué no es viable una única respuesta frente a la avalancha político-cultural que la izquierda ha impulsado durante años. Y es que, tras décadas de discurso, la «hegemonía cultural» que algunos analistas han estudiado se hace más patente que nunca. Así pues, con una Convención Constitucional al borde de la locura, nuestra República de Chile se encuentra a pasos de ser desdibujada, al menos como la conocíamos hasta ahora. Y es en este contexto donde han surgido voces que proponen soluciones monótonas y unívocas, la mayoría de ellas encerradas en su propia lógica, como que la respuesta estaría en el nacionalismo, el libertarianismo, o en las premisas socialcristianas. 

La evidencia indica, sin embargo, que ninguna de estas ofertas por sí sola puede contrarrestar el ataque que tanto el progresismo moderado como radical han llevado a cabo, bajo diversas máscaras. A la fecha, el dejo por la cultura y el arte —ya sabemos por parte de quien— no se limita al mero desprecio, sino, más bien, a una incomprensión radical acerca de cómo se configuran los discursos y los dispositivos culturales(1). Desde la derecha se observa con sorna la concepción de arte que impulsa la izquierda, no obstante, se han hecho pocos esfuerzos por diseccionar esta materia. Analicemos el caso de Jacques Rancière, quien aborda el tópico de la «política estética». Este autor francés, sumamente influyente al interior de la izquierda frenteamplista (como de hecho observaba hace unas semanas atrás el crítico literario Matías Rivas en “La Tercera”), ha trazado múltiples ideas acerca de lo que es el arte, el lenguaje, la política y la práctica artística, y la relación que estos elementos guardan entre sí.  

Para Rancière, discípulo del marxista Louis Althusser, dentro del contexto de la modernidad habría un arte que se inicia en el siglo XVIII, y que sería de carácter contemplativo, sublime, ligado al idealismo alemán, alimentado por las nociones de Hegel, Kant o Schiller; por otro, un arte del siglo XX inspirado en la técnica, aunque desbordado por el surrealismo y el situacionismo, los cuales escaparon a esta lógica; y, tercero, un arte estrechamente vinculado al mercado.  

En esta línea, Rancière identifica un cuarto tipo de arte que denominará post-utópico. Un “arte” que escaparía a la estética de lo sublime, de la técnica y del mercado; es decir, que trasladaría el enfoque hacia la transformación de la singularidad, del tiempo y que se propondría generar «micro-situaciones» que insten a la reflexión, a la práctica artística y a un denodado compromiso político. No se trata, pues, de simples dislates sino de proposiciones teóricas que comprenden al arte y al lenguaje como una posibilidad de acción política. Pocos esfuerzos ha hecho la derecha por ingresar a estos campos.

Lo mismo podemos decir del feminismo (“la lucha de las mujeres”), de los enfoques ideológicos de género (“el patriarcado”), de las ideologías multiculturales, etnicistas (“pueblos originarios”) y hasta de la transformación del Estado que proponen ciertos convencionales. Lo anterior supone que, múltiples son las banderas que la derecha no ha sido capaz de examinar, y por ello en muchos casos se ha hecho parte de las mismas. De este modo, ¿qué hacer y cómo enfrentar un fantasma del cual no conocemos sus propiedades? Aquí yace el punto medular de esta columna: las matrices doctrinarias de la nueva izquierda existen, y son ellas las que impulsan la acción de los distintos grupos políticos. 

Volvamos al punto de inicio: no es posible una única respuesta. ¿Podemos decir, por ejemplo, que el nacionalismo ofrece respuestas satisfactorias a cada una de las críticas que el feminismo esboza hacia la cultura occidental? ¿Podemos sostener que la filosofía libertaria brinda respuestas certeras al dilema estético? ¿Podemos decir que el socialcristianismo, por sí mismo, tiene respuestas a los desafíos científicos que atraviesa el mundo? ¿Podemos decir que el gremialismo puede enfrentar la lingüística o la performatividad de género? Y así sucesivamente. Lo que me propongo con estas interrogantes es, por tanto, intentar evidenciar que las corrientes y doctrinas filosófico-políticas son sistemas de pensamiento que, por sí mismas —ya sea con mayor o menor grado de sofisticación—, se detienen en la reflexión de aspectos limitados.

Respondamos, pues; el nacionalismo no puede ofrecer respuestas al feminismo, pero sí disponemos de marcos referenciales críticos del feminismo; el libertarianismo no ofrece mayores respuestas al dilema estético, tampoco se propone hacerlo, sin embargo, sí disponemos de esteticistas críticos del arte instrumentalizado por la política; el gremialismo no tiene nada que decir acerca de la lingüística y la performatividad de género, pero sí disponemos de estudios del comportamiento que desnudan las falacias culturalistas del construccionismo social; y así, podemos extender estas preguntas a diversas corrientes de pensamiento y la respuesta será siempre similar. En definitiva, la lección que podemos extraer es que, no hay una única respuesta a los distintos desafíos, toda vez que las diversas doctrinas y teorías se limitan y conciernen a aspectos determinados de la realidad política y social.

Habiendo propuesto que no hay una única respuesta, en una próxima columna describiré qué insumos teóricos e intelectuales resultan útiles a la hora de hacerse cargo de esta referida avalancha cultural progresista.

 
 

Notas a pie de página

  1. Disposi-tivo entendido como una disposición emotiva que insta a la acción.

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