UN RELECTURA EXISTENCIALISTA Y LIBERAL DE “CORONACIÓN”

 

En 1990, se otorgó el Premio Nacional de Literatura a uno de los escritores más importante del escenario literario chileno de los últimos tiempos: José Donoso. Su literatura, fundamentalmente biográfica, caló hondo en muchos rincones del mundo, logrando pleno reconocimiento en Estados Unidos y Europa. Sin embargo, y tal como ocurrió con la Generación del 50´(1), se ha querido hacer lecturas críticas de sus obras bajo la óptica del compromiso necesario que la literatura debe o debió tener con las reformas sociales. Desde que Sartre instaló la idea del “escritor comprometido” en Situaciones II: ¿Qué es la literatura? (1948), y en el contexto sesentero del compromiso político a ultranza, las obras literarias han sufrido metamorfosis severas o, al menos, la única interpretación válida instalada ha sido aquella que rece sobre los conflictos de clases, la decadencia burguesa y la desigualdad siempre presente.

No otro destino sufrió “Coronación” (1957), primera novela publicada por el autor y que, a pesar de las propias expresiones de Donoso, tuvo un final venturoso en términos de fama(3). Sin embargo, el propio escritor en Historia personal del Boom (1972)(3) asevera no entender la lectura de “conflicto de clases” que se realiza sobre “Coronación”. A mi parecer, solo un análisis simplista y superficial puede sostener esa interpretación como la lógica propia de la obra.

De este modo, en este breve escrito se buscará realizar una defensa existencialista y profundamente libertaria(4) de dicha obra, en sintonía con una necesaria proyección contra cultural desde la derecha. Se entiende que una lectura con ese cariz puede reportar elementos importantes, sumado a otros intentos, a la hora de contrarrestar la hegemonía cultural de la izquierda, en particular, sobre la literatura.

Todo comienza, entonces, con la descripción del protagonista de la novela, Andrés Ábalos, de mediana edad -50 años-, nunca casado ni emparejado, quien vivía en esta casa antigua aristocrática -reminiscente, por supuesto, de una de las casas en las que vivió Donoso, en la calle Ejército, de Santiago- junto con su abuela, Doña Elisa de Ábalos, mujer llena de dinero y fortuna, pero, aparentemente, en sus últimos días. Con ellos también vivían dos empleadas, que acompañaban a “Misia Elisita” desde hace años. La casa, antaño llena de gloria, a medida que pasaba el tiempo, se iba destruyendo poco a poco, contrastando con esa resplandeciente época de juventud de la anciana, llena de fama y belleza. El hogar parecía, entonces, un reflejo material de la propia vivencia de Doña Elisa. Por lo mismo, la anciana vivía el presente, malhumorada, a raíz de su constante comparación de sus buenos recuerdos y la cruda realidad que experimentaba, postrada en su cama todo el día. Todo esto tenía a los habitantes de la casa tratando de evitar el contacto con ella e incapaces de encontrar a alguien que pudiera cuidarla y no sucumbiera a sus exabruptos y constantes arrebatos, las más de las veces, clasistas.

En esto, una de las empleadas lleva a casa a una sobrina de 17 años llamada Estela, quien llega con el fin de cuidar a la abuela de Andrés. Si bien, al comienzo, es rechazada por la cambiante actitud de Doña Elisa, Estela logra dominar la situación y le cae en gracia, compartiendo esta última sus vivencias desde que fue bailarina de flamenco hasta que quedó postrada en cama. Estela se empieza a desenvolver con más tino en la casa y conoce gente de los alrededores, entre ellos a Mario, un joven soldador de clase humilde que trabajaba en un local al lado de la verdulería que Estela frecuentaba y quién será su perdición. Poco a poco, la relación amorosa se hace presente, hasta que un día Mario la invita a dar un paseo en su motoneta. Recorriendo los lugares más emblemáticos de Santiago, entre ellos, el Cerro San Cristóbal, se besan por primera vez, y luego de unas cuantas caricias, las pasiones se desatan, teniendo sexo escondidos en lo tupido del cerro.

Por otro lado, Andrés Ábalos ve en Estela una fuente de fantasías de sus anhelos amorosos. Avergonzado, por su evidente diferencia de edades, frecuenta a la niña, la observa, oculto siempre, por los recovecos de la casa. Los sentimientos se convierten, al paso, en una terrible obsesión. Estela, quien, en un comienzo, sentía respeto por él, trastoca ese respeto en miedo, por lo que intenta no acercársele. El quincuagenario le comenta todo esto a su amigo y médico de cabecera, Carlos Gross, quien comienza una especie de proceso psicoterapéutico con Andrés, tratando de auscultar qué motiva a este a entregarse a estos ensueños sin sentidos para su edad y condición.

Mientras tanto, Estela queda embarazada de Mario. Al contarle, este huye. Estela avizora una maternidad difícil. Andrés no soporta esta situación, planea matar a Mario, sale en su busca, pero no logra encontrarlo. Mario, a pesar de todo, intenta volver a tener contacto con Estela, le pide perdón y le explica que se sentía confundido, excusándose, con la oculta intención de utilizarla. Este le explica a Estela que la necesita, pues en su familia no hay mucho dinero, y que, para comenzar de nuevo, con este hijo que viene, necesita entrar a la casa de los Ábalos, plan urdido con su hermano René, conocido ladrón. Estela acepta, aunque reticente.

El día en que se iba a realizar el asalto, Andrés sale a beber con Carlos y, a resultas de todo, llega ebrio a la casa. Mientras, Mario y su hermano esperan a que Estela se le insinúe a Andrés, como parte del plan para anularlo, aunque este ni siquiera reaccionaba. Le dicen que lo lleve al segundo piso, para que no se entere de la presencia de los hermanos. Al mismo tiempo, las sirvientas y Doña Elisa llevan a cabo una improvisada celebración. A Doña Elisa le entregan su antiguo vestido de fiesta, de flamenco, con castañuelas, lentejuelas, etc. Las sirvientas, en el intertanto, se emborrachan, mientras que Doña Elisa, agónica, pide un vaso con agua. Los anhelos de verla en su antigua gloria, nublan la responsabilidad de las cuidadoras. Al mismo tiempo, Andrés se desmaya sobre Estela, quien intenta moverlo, pero sin resultados. De pronto, él despierta y le intenta dar un beso a la fuerza, confesándole su amor. Ella intenta desprenderse, pero este no la deja. Logra zafarse, finalmente, de Andrés y baja para ver que Mario y su hermano ya habían entrado a saquear la casa. De pronto, en un arrebato que, de seguro, fue visto por muchos como una expresión de servidumbre total, Estela le grita a Andrés que están asaltando la casa. Este no reacciona en un comienzo, y, al segundo grito, llega René y la golpea. Entonces, Mario, presa de su furia, golpea a su hermano. Mario le pregunta a la chica, tras deshacerse de René, por qué hizo eso, pero ella le dice que lo hace para que se salvara, y que ahora huyera lo antes posible. Andrés, tras un largo sueño, despierta y ve que le han robado. Luego, Mario toma a Estela y se la lleva de la casa. Andrés, sumido en desesperación, rompe en llanto y llama a Carlos por teléfono, comunicando que le han robado todo y que ya no da más, cayendo, en palabras de su amigo, en la locura. Por último, en la recamara de Doña Elisa, las sirvientas están completamente borrachas y no se dan cuenta de que ella, tendida en una silla, con su traje de fiesta y su corona puesta, está muriendo. Al final, Doña Elisa piensa, al más puro estilo existencialista, que el mundo se ha vuelto loco, que solo los considerados “locos”, en verdad, son cuerdos, y que su nieto Andrés, también es cuerdo, como ella, más que todos. Finalmente, presa de estas cavilaciones, muere.

Entonces, ¿qué significado esconde esta obra, que el mismo autor repudiaba y que, sin embargo, es una de sus obras más conocidas? ¿Por qué asevera que nadie la entendió? Probablemente, será porque la línea principal que el mainstream académico quiso resaltar era aquella del conflicto de clase, la que destacaba la confrontación entre las condiciones sociales de Mario y las de Andrés quienes, en ese sentido, son los que se disputan, solo figuradamente, el amor de Estela. El problema es que, a ciencia cierta, ese no la disyuntiva principal. Por supuesto, es evidente que el escenario que sirve de telón al verdadero conflicto es uno de decadencia social, pero no figurado por Mario y su familia, quienes solo aparecen para representar la circunstancia social, económica y política del Chile de los 50’(5). Lo que verdaderamente resalta del relato es el miedo a la muerte y la desesperación, angustia, que genera el paso del tiempo. La vida a retazos que configuran una existencia y cómo tanto una vida bien vivida -como la de Doña Elisa- o una no vivida en caso alguno -como la de Andrés- se igualan por la muerte. Somos para la muerte, diría el filósofo alemán Martin Heidegger, y no se equivocaba.

Y es que el gran filósofo en la historia, Andrés Ábalos, nos va desnudando las dudas que su experiencia nueva de enamoramiento, con Estela, le plantean. Tras haber dedicado su vida a las lecturas francesas y a coleccionar unos pocos bastones, Andrés es arrasado por la inanidad. Único pariente que aún le queda a Doña Elisa, y que ella valora en silencio, el protagonista se enfrasca en vivencias sin sentido último, se entrega a las conversaciones en el club y a las visitas más o menos comedidas con Carlos Gross, el último amigo que le queda, pero nunca hay un trasfondo de satisfacción -tal vez nunca la ha habido- que llene el corazón de Andrés. Tal como el Meursault de Albert Camus en El extranjero (1942), bien le valía recordar la fecha de muerte de su madre, como que no. Sin embargo, la llegada de Estela le pone un freno a su inconsciente pasar. Tal como el encuentro del protagonista de la obra recién mencionada con el cura, Andrés despierta del marasmo y se precipita en un torrente de preguntas que solo esconden la verdadera disquisición que ha tomado posesión de su mente: si la vida tiene sentido o no. La única pregunta filosófica realmente importante, dirá el mismo Camus en El mito de Sísifo (1942), se hace presente en cada conversación con Carlos, cada vez que Andrés vuelve a él, como volvía el otro Andrés de la novela El árbol de la ciencia (1911) del escritor y filósofo español Pío Baroja, a hablar con su tío Iturrioz: es el confesor de su alma. El papel de su amigo de antaño es, entonces, el de desanudar la madeja, dar curso a los acontecimientos, haciéndole ver a Andrés que no todo está perdido, aunque el camino elegido, el de enamorarse, no es el indicado. La Nada que tanto teme Andrés Ábalos es el destino sin igual de todos los que viven conscientes de sí, los que en tanto ser-para-sí, toman, sartreanamente, conciencia de su finitud y de la obligación de ser libres y responsables. Hasta ahora, Andrés no se figura a sí mismo como dueño de su destino. La idea de un hombre libre de construirse a sí mismo, que Sartre describe tan bien en El existencialismo es un humanismo (1945), le es arcana, extraña. Andrés se sume en la supuesta obligación de cuidar a su abuela y cree no tener más opciones. La mala fe sartreana lo corroe, no cree ser el único agente de sus decisiones y, no obstante, aquello, cada uno de los diálogos con Carlos le hace ver que tiene la libertad de desertar. Con todo, el nieto de Doña Elisa teme, y no se apresta a asumir su libertad. El peso de las circunstancias se hace palpable e insuperable. Y así, Andrés vive minimizado ante su contexto, entrando cada día en las ensoñaciones de un “podría ser”, mientras cada paso le hace ir despertando y se va convirtiendo en ese Dasein descrito por Heidegger en Ser y tiempo (1927), aquel que se abre a la pregunta por el Ser y empieza a cuestionarse por el real sentido de todo esto, por sí mismo y su relación con el mundo.

Ya con la llegada de Mario a la vida de Estela, la condición ontológica de Andrés parece ocultarse para sí mismo, pues regresa a las justificaciones externas, heterónomas de su comportamiento. Nuevamente es víctima de sus circunstancias. Con todo, la posibilidad de tenerla en el capítulo final de la historia, de verter sus anhelos de vida hacia ella, el ser-para-otro, condición ontológica propia también del ser humano, según el Sartre de El ser y la nada (1943), le llena sus actos al ver que ella, aparentemente, se apresta a esa relación. No obstante, aquello, el darse cuenta del robo lo sume, finalmente, en la desesperanza que tanto se vislumbraba, y en la angustia heideggeriana de ver todas las aparentes posibilidades de determinación del ser desperdiciadas o imposibles, cuando la única definitiva es la muerte. Entonces, parece sucumbir en la locura, opción más que viables ya que esta simplemente descarga en otros, ahora sí, el peso de la existencia. A su vez, no otra consideración es la que Doña Elisa logra pispar al final de su existencia. Ella también atestigua el descanso que representa la muerte o la locura. Es la muerte la que nos define totalmente y el quererla, a riesgo de ser considerado loco, es solo expresión del deseo de que se acabe esta indeterminación ontológica perenne de nuestro ser.

Finalmente, es así como nos damos cuenta de un grito libertario, como ningún otro, presente en la obra. Para Andrés es fácil pedir que las circunstancias reemplacen su agencia moral, pero la verdad de su libertad irremplazable es sempiterna. Y aunque rehúye una y otra vez, su verdad existencial es ineludible. En el proceso de despertar, Andrés vislumbra las estructuras sociales que no le permiten definirse hacia su relación con Estela: su edad, su condición social. ¿Qué es eso de preguntarse por sus posibilidades con esta niña de 17 años? ¿Es acaso propio de su edad, de su condición social tratar en esos términos con la nana? En ese sentido, su entrada en la locura es simplemente un ejercicio emancipatorio de aquellas estructuras sociales que no le permiten elegir con entera libertad su camino, aunque actúe, la más de las veces, de mala fe, escapando a su verdadero poder agencial de decidir. Es de este asumir las condiciones de tu existencia, en libertad de poder decidir tu destino y seguir tu camino hacia la concreción de ti mismo, en igualdad de consideración, de la que habla el liberalismo. En mi ensayo El fundamento del liberalismo (2021)(6) explico que el verdadero fundamento liberal no es de corte naturalista o fáctico, sino que es aquella creencia de que la muerte nos iguala y que en ella reposa la consideración igualitaria del ejercicio de la libertad sin impedimentos intersubjetivos. Es, entonces, dicho fundamento, de color existencial. En la conciencia a la que despierta Andrés, aquella que le sume, por fin, en la pregunta más importante de nuestra vida, la que expresa nuestro convencimiento sobre el sentido o sin sentido de nuestra existencia, es, en resumidas cuentas, la conexión que reconocemos necesaria para identificar nuestra libertad y el valor de la misma o peso que representa. Andrés no solo da cuenta del valor de la misma, si no de la carga que implica. El juego, en toda la novela, gira en la capacidad del protagonista de asumir esa cruz y de llevarla, con esmero, a pesar de lo tardío de la pregunta y de toma de conciencia de Dasein que tuvo que vivir, así como la relación que configura con los demás habida cuenta de su hallazgo de conciencia libertaria.

En conclusión, nos queda claro que la historia no gira en torno a los conflictos de clase que solo son el coro griego del conflicto principal. La disyuntiva está en torno a Andrés y su toma de conciencia de vivir, así como la condición menesterosa del hombre. Es la comprensión de nuestra libertad y la responsabilidad de ejercerla, además del liberalismo que promueve esa noción como base obvia de su practicidad -aunque Donoso no haría esa lectura, por sus apreciaciones políticas- la necesaria lección que una lectura contra cultural de derecha podría hacer de una obra ya harta de la misma interpretación añeja, sesentera y marxista.

 
 

Notas a pie de página

  1. En Chile han existido varias generaciones literarias, con distintos puntos de vista sobre los mismos fenómenos o intereses divergentes. La Generación del 50’ fue especialmente criticada por su existencialismo poco interesado en los cambios y reformas sociales. Véase http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3434.html

  2. El propio José Donoso pensó que su novela era una “tontería”, esfuerzo de mucho aliento innecesario y pensó lanzarla al fuego. Sus amigos le convencieron de no hacerlo y terminarla. Véase Espinosa, Mario. "A José Donoso le interesa La vida pilucha", Pomaire, (11): 8-9, marzo, 1958. Una imagen del reportaje puede consultarse en  http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-73153.html

  3. Recientemente vuelta a publicar por la Editorial UDP. Véase https://ediciones.udp.cl/libro/historia-personal-del-boom-y-otros-escritos/

  4. Libertaria en el sentido de una defensa profunda de la libertad humana y sus consecuencias. El sentido político del término a raíz de la confusión sobre lo que significa liberalismo me parece poco preciso para la discusión del texto. Para ver esa necesidad conceptual de cambio, véase Eamonn Butler (2019) Liberalismo clásico. Un manual básico. Editorial FPP.

  5. El mismo Alone describirá que si bien existe una visión de conflicto social, es la profundidad psicológica la que destaca en el relato. Véase su comentario en “El Mercurio” de 1958. http://www.letras.mysite.com/jd260204.htm

  6. Véase https://revistaindividuo.cl/ensayos/el-fundamento-del-liberalismo

Anterior
Anterior

OBI-WAN KENOBI (2022): ENFRENTAR LA DERROTA

Siguiente
Siguiente

LA CASA DE PAPEL: UNA APOLOGÍA A LA DELINCUENCIA