RESEÑA SOBRE «EL DESEO NEGADO DEL PEDAGOGO: SER PEDÓFILO», DE MAURICIO QUIROZ, 2020

El informe de seminario presentado por don Mauricio Quiroz para obtener el título de profesor de filosofía es una breve y endeble apología de la pedofilia o pederastia. El autor insiste en que existe una diferencia entre ambos conceptos, pero ni siquiera intenta demostrarlo en términos teóricos: solamente asume que es así. La propuesta nuclear del texto es que la relación entre profesor y alumno no debe estar focalizada sobre la formación intelectual, sino abarcar también una instrucción sexual que implique la introducción del alumno en actos impuros tanto consigo mismo cuanto con otros y, en especial, con el profesor. Aunque el autor ha intentado fundamentar esta propuesta con cierto aparato teórico, no se logra extraer un respaldo firme para lo que está diciendo. Aparte de esto, su exposición repugna de manera evidente no solo la perfecta e inmutable moral cristiana, sino que incluso la incompleta y volátil moral mundana. El mundo no perdería nada y, de hecho, se evitaría un escándalo si este texto fuera por completo aniquilado.

Para empezar, Quiroz señala que «No hay peor monstruo que el pedófilo, peor crimen ni vicio para nuestra cultura». Esta afirmación podría circunscribirse solo a las interacciones estrictamente humanas, en realidad. Desde el punto de vista occidental, que es cristiano, la más mínima ofensa contra Dios es peor que cualquier ofensa contra los hombres: incluso la aniquilación del género humano completo resultaría menos grave que una irreverencia hacia el Santísimo Sacramento.

El primer párrafo de la introducción termina con la afirmación de que el autor pretende «desentrañar las relaciones entre educación y pedofilia» y niega que él tenga la intención de escribir «un manifiesto pro-pedofilia». Esto se contradice con lo que él mismo afirmó arriba: declara que «Una de las labores de la filosofía consiste en destruir los mitos, falsas creencias y superficialidades del sentido común» y justo después añade que «quizás, no haya mayor mito que el del pedófilo». ¿Cuál es el sentido de estas afirmaciones si no, precisamente, defender la pedofilia? El autor está simplemente utilizando un truco retórico (la negación literal) para esconder lo que él mismo ha afirmado de manera menos literal (aunque no menos clara) en el mismo párrafo.

El autor pretende establecer una distinción ficticia entre «pedófilo» y «pederasta»: afirma que el pedófilo solo siente deseo sexual y que el pederasta solo lleva a cabo el acto sexual. Una consulta rápida al Diccionario de la RAE muestra que tal distinción es falsa, pues ambos términos abarcan tanto el deseo cuanto la acción. El autor afirma que ambos conceptos «No están analíticamente vinculados» y espera que le creamos. Como he leído esta opinión entre varios de los defensores de la pedofilia, decidí consultar la versión impresa del Diccionario, edición de 1970, para verificar si acaso existía tal distinción, pero lo que encontré no resultó tan claro, pues aquí solamente se recoge el término «pederasta» y no «pedófilo». Estoy convencido de que la distinción que los pedófilos proponen no es real, sino un mero truco retórico para justificarse, como prácticamente todo lo que afirman. Publicidad engañosa y nada más.

El autor señala que «es posible que un niño desee estar con un adulto y además que es legítimo este deseo». La razón para afirmar esto es que Foucault lo ha planteado. Y ya. Pues yo tengo un planteamiento no solamente más antiguo (a la vez que más moderno), sino con una autoridad absoluta e incuestionable: el 6to Mandamiento. Hijo, simplemente no puedes proponer que los niños sean capaces de consentir. Más aún, debemos sostener y afirmar y confesar que ninguna clase de interacción sexual es admisible fuera del matrimonio—y tampoco dentro de él cuando tal interacción no está dirigida hacia la procreación. Porque así lo prescribe el 6to Mandamiento. Y esta norma no puede ser desobedecida ni siquiera con el pensamiento. Confiésate si lo hiciste alguna vez.

El autor utiliza, sin explicación ni aclaración, el término «adultocentrismo». ¿Qué quiere decir con esto? Quiere decir que, para satisfacer el deseo sexual por los infantes, necesita que las demás personas validemos su creencia de que los niños son capaces de consentir.

Afirma que «Se ha querido ocultar o borrar la larga historia que tiene el pedófilo con la educación», de manera que el pedófilo aparece como un paladín liberador de alumnos silenciados por un sistema perverso y opresor. Un típico cuento simplista e inverosímil. Por esto resulta tan importante restaurar el Trivium.

El autor parece olvidar que existe la asignatura de educación física cuando escribe que «No será hasta la inserción de la filosofía del cuerpo con autores como Merleau-Ponty y Foucault que el cuerpo comenzará a visibilizarse en la escuela y pensarse desde allí o al menos tenerse en consideración».

Luego añade que «Es bien sabido cómo las prácticas pederastas eran algo bien visto y promovido por los antiguos griegos». Por supuesto, cuando se trata de derrumbar mitos, este no cuenta porque al autor le conviene. Halperin 2012 (OCD4, p. 701) aclara que la práctica era tolerada, pero estaba sujeta a un estricto protocolo para proteger la dignidad de los muchachos cortejados. De ninguna manera se trataba de una práctica «bien vista y promovida», salvo que nos refiramos a quienes la ejercían con el fin de obtener solaz, por supuesto. El autor intenta levantar un constructo en el cual el adulto seductor tiene la intención de «asegurar la buena educación» del muchacho seducido; pero Halperin deja claro que el objetivo no era este, sino el placer del adulto seductor. Sobre la base de esta proposición falsa, propone que Sócrates «niega la corporalidad de Alcibíades, su alumno, a la par [que] niega la suya como profesor» en El Banquete: como si el rol del profesor hubiera sido tener sexo con el alumno en lugar de enseñarle. Por algo existen nombres distintos para quienes hacen estas cosas, genio. Pero añade que «Lo que estaría haciendo Sócrates es comenzar una incipiente separación de la educación con la sexualidad y la corporalidad que se extenderá hasta nuestros días», de manera que Sócrates acabó con una milenaria tradición de sexo desenfrenado en profesores y alumnos. ¿Cómo podemos tomar en serio esto? Dediquemos un minuto a reflexionar que este texto fue considerado aceptable para otorgarle el título profesional de profesor al Sr. Quiroz. En este proceso evaluativo, todo estuvo mal.

Pero luego matiza y explica que Sócrates redirigió el impulso pedófilo desde lo sexual hacia lo intelectual sin haber renunciado a lo primero (?). Hijo, estás buscando justificación para tus perversiones y ya. Detente un poco y fíjate en cómo funcionan las familias antes de proponer que los hombres deben vivir como bonobos.

Y luego dice «solemos entender la sexualidad como algo meramente penetrativo, coital y genital». Quizá sea porque la sexualidad está señalada por los genitales. Estos sí que son doce años de escolaridad desperdiciados...

Tal como ya había hecho el profesor Arce en su tesis de magíster —por supuesto que la tesis de magíster del profesor Arce está citada (y mal referenciada en la bibliografía) en el seminario de título del profesor Quiroz—, este abusa de la etimología para afirmar que el amor de los profesores por sus alumnos es «pedofilia». Así, Sócrates «No buscó el placer de sus anos, buscó el placer de sus almas». Este enunciado solo cumple la función de escandalizar, de mostrar algo feo como si fuera aceptable. Y transita desde aquí hacia la afirmación de que «El pedófilo que ha dominado eso que los griegos llamaban la Aphrodisia (Foucault, 2007b), y que nosotros podemos ... llamar sexualidad, se convierte en maestro» . De donde se sigue que todo maestro es pedófilo, naturalmente. Y yo contesto que «hay tabla».

El profesor Quiroz necesita aprender que no existe la expresión «en post de», pero sí «en pos de». Hay muchas personas que no saben esto, en realidad. «Post» es una preposición latina que rige caso acusativo y que puede significar, entre otras cosas, detrás de o después de. Desde esta palabra proviene la castellana «pos», que es utilizada de forma exclusiva en la expresión «en pos de», que significa tras y tiene los sentidos «después de», «a continuación de» y «en busca de» o «en seguimiento de».

Afirma, luego, mientras comenta el Emilio, de Rousseau, que «los *adolescentes y niños* son pervertidos*». Algo no me convence en esta oración. Al continuar la reflexión, aduce que la argumentación de Rousseau resulta contradictoria porque propone que el niño tiene una inocencia intrínseca a la vez que una perversión escondida, la cual solo podría ser despertada por la mala praxis de los adultos y nunca del menor. ¿Ven hacia dónde va esto? Exacto: el asunto del consentimiento otra vez. Que tenemos que escuchar la voz de los niños, que tenemos que darles libertad para expresar sus propios deseos, etc. Para empezar, comparto el cuestionamiento sobre Rousseau porque la Iglesia enseña que todos tenemos la mancha del pecado original —que no es de impureza, sino de orgullo—, pero esto no significa que los niños puedan consentir. Hijo, de verdad, ya basta: tu perversión está condenada de manera infalible por el 6to Mandamiento. Arrepiéntete, ruega la intercesión de San Carlos Lwanga y de San José y enmienda tu vida.

De alguna manera, el autor presume que los niños ansían desesperadamente la sexualidad porque «razones». Imagina, de hecho, que el alumno anhela todo lo que él no tiene y los adultos sí, incluyendo la sexualidad. Y he aquí la ponzoña. Los niños sí desean ser como los adultos, pero los adultos también vivimos de acuerdo con un modelo y apuntamos hacia un paradigma superior a nosotros. No aspiramos, en realidad, a experimentar una sexualidad desinhibida o desordenada, sino sujeta a la autoridad de la Iglesia. El niño quiere casarse, en efecto. Y el matrimonio tiene aspectos tanto visibles cuanto invisibles, pero nuestro autor olvida a propósito que las puertas y las cortinas existen y que han sido fabricadas con una intención. El autor describe un intento del profesor por vigilar la castidad del alumno en el Emilio y señala que «la completa presencia ideológica de la pedagogía en la cama misma de sus estudiantes convierte al vigilante mismo, al profesor diligente, en un “pedagogo pederasta”, aunque, su presencia no es física, es ideológica, pero no por ella menos intensa». Aquí aplica la distinción ficticia entre «pedófilo» y «pederasta» y afirma, además, que el profesor es un «pederasta» —un pedófilo— porque impone una regla de castidad en el lecho del alumno. ¡Háblame de sinsentidos! ¿Debemos creer esto porque el autor intenta hacerlo sonar «poético»? Incluso si lo lograre, resultaría absurdo. ¿Por qué malgasto mi tiempo en esto? ¿Vale la pena contestarle al imbécil que dice «no leíste el trabajo, así que no puedes opinar sobre él»? Quizá valga la pena leer el truco de magia que el autor ejecuta a continuación, cuando desde la nada saca que «El deseo de un pedagogo vigilante es un deseo pederasta, ya que desea cada órgano de placer de su estudiante». De donde se sigue que, «Cuando mira [con el fin de cuidar la castidad] el profesor vigilante reclama como suyo el cuerpo del estudiante». ¿Y esto no es el colmo de la insensatez, del desatino, de lo irracional? A este sujeto no hay que haberle otorgado el título de profesor, sino haberlo internado en el psiquiátrico. Resulta ridículo que yo deba hacerlo patente, de hecho. Eso último no es el colmo, por supuesto: el colmo es lo que escribió luego. «Antes [de] que el alumno diga algo, el profesor eyacula en el cuerpo de su estudiante un significado no consentido, le quita su posibilidad de hablar sobre su deseo, de escribirse». ¿Qué más podría uno añadir sobre este despliegue de elocuencia y poesía? Ya, hijo, basta de tanta belleza: mejor vete a dormir.

Otra joya para la colección: «El vigilante quiere ser el complemento de su pareja el alumno, pero al mismo tiempo lo rechaza, siente “seducción y horror”». Y, sí, hay un hilo argumental, pero ¿vale la pena seguirlo? No lo hemos perdido hasta ahora, en cualquier caso. Y por esto mismo sé que estaremos mucho mejor si lo prohibimos o, más bien, si restauramos la sabia y eterna prohibición que ya pesaba sobre él para evitar que alguno llegue a creer que el profesor y el alumno «están destinados a desearse y seducirse, a ser respectivamente un pedófilo y un pervertido». Mira que, de aquí, Quiroz se aventura a afirmar que «se ha construido una historia de la educación que es una fábula»: la verdadera, supuestamente, es la que se focaliza sobre esta obsesión del autor con los actos impuros. Su convicción lo hace afirmar que «Un secreto a voces, eso es este deseo», como si él tuviese la facultad de leer los corazones. ¡Tamaña barbaridad! De esta presunción, que no es sino la expresión de su propio deseo, extrae la conclusión de que «hay que comenzar un proceso de escritura y reescritura de la sexualidad en la escuela». Yo tengo la sospecha de que esto ya existe en la forma de sumarios administrativos y procesos judiciales, pero el profesor Quiroz no se molestó en indagar. Aunque él se refiere también a las fantasías, esto es, a los pensamientos impuros: cada uno de ellos un pecado mortal para ser confesado y del cual purificarse, como enseña la Santa Madre Iglesia. Quiroz pretende atesorar esto que debe ser purgado, pues: admira lo que repugna al bien y a la justicia. Él necesita ser corregido, sin duda, y espero que la mayor parte de esta corrección provenga desde sí mismo cuando se haya dado cuenta del tremendo error que ha cometido.

Para terminar, Quiroz señala que «es necesario avanzar en una política de lo sexual que cuestione todo dogma moral sobre la sexualidad». ¿Por qué «es necesario»? Porque él quiere tener sexo sin riesgo de persecución penal y sin culpa ante el juicio social. Mal que le pese, no puede controlar las conciencias, si bien espera que el Estado las controle en su favor. Remata con la afirmación de que «La historia de la educación es una historia de la pedofilia negada», la cual, como hemos visto, solo se funda en sus deseos y no en la verdad.

La profesora guía del seminario, Marcia Ravelo, asegura que el informe de seminario «no hace una apología a la pedofilia». Y esto es una mentira: un intento de blanquear su participación en un texto que hace apología explícita y con publicidad de la pedofilia o pederastia. Ella misma denuncia su culpabilidad cuando señala la «Pedofilia como amor a la infancia y como opuesto a la pederastia» y ha afirmado que el documento «no hace una apología a la pedofilia». Dígame, profesora: si la pedofilia es tan inocua, ¿por qué se molesta siquiera en aclarar que el seminario dirigido por Vd. no la justifica? En verdad, si Vd. creyera un poco de lo que ha declarado, no necesitaría hacer tal aclaración. Pero intuyo la respuesta: todo lo que Vd. dice, tal como ocurre con lo que escribió Quiroz, no es más que gimnasia verbal para justificar la pedofilia o pederastia.

En mi opinión, el Tribunal del Santo Oficio tiene mucho que indagar sobre este asunto.

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