«ESCLAVITUD: EL COSTO DE LA HETEROSEXUALIDAD» DE ARTURO RUIZ

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La descripción de la contratapa previene al lector sobre la dificultad de distinguir entre lo autobiográfico y lo ficticio en esta novela, si bien yo prefiero entender toda novela como una obra enteramente ficticia (aun cuando relate algunos eventos reales). Este detalle, irrelevante a fin de cuentas, puede resultar un tanto distractivo para la lectura. Los cinco capítulos —cuyos títulos de una sola palabra siempre incluyen el prefijo «de-» o «des-» con la acepción de negación o privación o inversión del significado— se agrupan en cuatro breves y uno (el final) más largo en cuanto a lo formal, pero resultan semejantes en cuanto a su significado: tal como lo sugieren los títulos.

El relato resulta más concentrado sobre la reflexión que sobre la acción y quizás este sea el rasgo más propiamente autobiográfico de la novela, puesto que el profesor Ruiz se caracteriza por intercalar comentarios meditabundos en sus videos de YouTube, aun cuando se refiera a los asuntos más pedestres. Se trata de la característica que más disfruté, además, si bien sospecho que no ha de ser la más popular. «Habló. Dijo muchas cosas. Escucharlas hizo que quisiera matarlo y recordarlas hizo que quisiera suicidarme, porque todas sus palabras quedaron registradas para siempre en mi mecanismo neuronal y no quería vivir con ello» (84). Es el tipo de afirmaciones que pienso y digo, y las que dicen mis amigos más cercanos también: un tipo de discurso que analiza, que juzga con fundamento y que no deja de contener la emotividad propia de un hombre que piensa sobre lo que siente. ¿Cómo no va a tratarse de una virtud de esta novela, pues, que el relato se detenga a observar las circunstancias de los procesos en lugar de simplemente dejarlos fluir sin ninguna clase de examen? Resulta pertinente recordar aquí que una narración (de acuerdo con la superestructura identificada por Teun van Dijk) no es una mera sucesión de eventos relatados, sino que contiene una evaluación: sin ella, lo que tenemos es una descripción.

Los fracasos del protagonista en los ámbitos laboral y amoroso constituyen una amenaza para su estabilidad interior. La trama consiste, pues, en los esfuerzos de él por remediar estos fracasos. Esfuerzos infructuosos, claro. De hecho, el protagonista no solamente explica sus fracasos mundanos, sino que interpreta su narración reflexiva como una forma de «relacionar mis estados internos con conceptos filosóficos para intentar, sin éxito, entender la vida» (39). Así que no solamente su vida ha fallado, sino que la narración sobre ella también. Esto no significa que el relato sea condescendiente o lacrimógeno, sino que configura un panorama estético cuyo núcleo es el fracaso. Naturalmente, una historia que carezca de otros elementos resultará patética: este vicio es evitado aquí a través del examen racional y de las atractivas imágenes poéticas que construye el narrador. Estos ingredientes consiguen que lo potencialmente patético resulte no solo comprensible, sino que incluso admirable: la novela pinta un fracaso que resulta fascinante, hasta encantador. Tiene todo el sentido, visto así, que la portada esté decorada con «Sísifo» de Tiziano (1548), puesto que esta pintura refleja a la vez que eleva visualmente la condena del mítico rey de Corinto.

El protagonista, como Sísifo, aparece condenado a una esclavitud mundana a causa de su escaso valor en los mercados erótico y laboral. Esta condena no resulta irremontable para nuestro narrador, no obstante. Contra la adversidad deducida desde las exigencias sociales, contra el sino ineludible de las cavilaciones filosóficas inútiles, una fuerza interior hace que triunfe el individuo libre y verdadero, y evita que la derrota sea total. Más aún, ¿de qué derrota podemos hablar cuando la fortaleza más importante continúa segura y en pie? Después de las decepciones (cap. 1ro), descalabros (cap. 2do), desencuentros (cap. 3ro), desajustes (cap. 4to) y desarreglos (cap. 5to), el protagonista se encuentra solo pero fiel a sí mismo, erguido sobre aquello a lo que no puede renunciar sin dejar de ser un individuo libre y verdadero: fracasado en el orden social pero triunfante en lo que realmente importa. La esclavitud de él no era, como la de Sísifo, impuesta por el soberano del cielo, sino admitida por él mismo en virtud de las exigencias sociales. Y logra superarlas cuando se ha dado cuenta de que ser honesto consigo mismo resulta mucho más importante que cumplir con las expectativas ajenas, aun cuando esto signifique trabajar más y a cambio de menos. Esta es la clave de la superación del fracaso laboral, pero también de la del amoroso, a pesar de que el protagonista no cobra conciencia de esto hasta después de haberse resignado a perder a la mujer más excepcional que haya conocido. Cuando esta honestidad radical ha despertado en él, ya nada puede perturbarlo y vence aun cuando parece que no tiene sobre qué más fracasar. O, quizá, por esto mismo.

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