LA IDEOLOGÍA EN LA ESFERA PÚBLICA

 

El problema que nos plantea la ideología es que distorsiona y empobrece la realidad sobre la cual se proyecta. Suele partir de premisas si no falsas, al menos conjeturales, opinables, sobre las cuales construye una interpretación totalizante o totalitaria que tiende a suplantar la realidad, operando como una especie de filtro simplificador y reduccionista del conocimiento mismo. Cuando los dirigentes políticos ceden a las seducciones de la ideología, como acontece mayoritaria y manifiestamente en nuestro país, la realidad pasa a un distante segundo plano y, entonces, lo que importa son las visiones, prejuicios y programas, de tal manera que cualquier observación o juicio acerca de la realidad se ajuste más a los presupuestos que sostienen la construcción ideológica que a las exigencias del mundo social.

Así, las opiniones o declaraciones que formulan en abundancia los dirigentes devienen en repeticiones gastadas de frases hechas, eslóganes que apenas transmiten un significado, razonamientos simples que ni siquiera rozan los hechos que pretenden comprender; la vida pública se convierte en una conversación sosa, altamente predecible, carente por completo de sorpresa. Una discusión banal, de morondanga, que no toca las condiciones existenciales en que viven, o a duras penas sobreviven, las personas reales y concretas.

Una expresión clara de lo anterior es la degradación sin límite que experimenta el lenguaje en la esfera pública y la pretensión de algunos de regimentar rebuscadamente la forma canónica de emplearlo, de tal suerte que quien se aparta de esos cánones y modos es segregado, anulado y cancelado. Ello porque la ideología afirma, sin mayor reflexión, que el lenguaje crea realidad y, por lo tanto, todos tienen que ejercerlo de manera uniforme, programada y homogénea. Algo similar pasa con las ideas y el pensamiento que se expresa en los puntos de vista de las personas: si estos difieren o intentan poner en cuestión las ideas ya consagradas por la ideología, también son objeto de execraciones, clausuras, exclusiones y funas. 

Todo lo anterior tiene manifestaciones cotidianas altamente llamativas en las intervenciones públicas de los líderes políticos y, en forma eminente, en las artificiosas y a la vez delgadas deliberaciones de la Convención Constitucional, que a ratos parecen referirse y diseccionar un país improbable, una pura construcción ideológica, un país que no tiene mucha relación con el que conocemos, queremos y vivimos todos los días.

Hay discursos, relatos, narrativas que discurren por las esferas de la ideología, y no se topan nunca con la realidad porque tienen de ella concepciones previas que más que comprenderla honestamente, apuntan a intervenirla, aún mediante la fuerza y la violencia, en la dirección de la utopía, de la consumación de la historia, del despertar total del hombre. 

 
Gustavo Cárdenas

Abogado y Comunicador Social

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